Con anterioridad, se habían registrado importantes novedades: Se comprobó que un gel microbicida vaginal fue capaz de reducir en un 39% el número de infecciones por VIH entre las mujeres participantes en un ensayo en Sudáfrica; una candidata a vacuna contra el sida mostró una eficacia modesta (31%), y se descubrieron nuevos y potentes anticuerpos frente a numerosas variantes del VIH, lo que ofrece importantes pistas a los investigadores sobre el modo de diseñar vacunas contra el sida capaces de inducir dichos anticuerpos.
Los nuevos datos epidemiológicos hechos públicos por ONUSIDA ponen de manifiesto que las tasas tanto de nuevas infecciones por VIH como de muertes relacionadas con sida están descendiendo lentamente. A pesar de ello, la elevada carga que supone esta pandemia resulta inadmisible. Cada día, se infectan por VIH unas 7.100 personas, de las que 1.000 son niños. Por cada paciente que inicia un tratamiento antirretroviral, se dan otras dos nuevas infecciones por el virus.
Desde que en 1983 se produjera el descubrimiento del VIH, ha tenido lugar un gran avance científico en la supresión del virus: una revolución en el tratamiento del VIH. Gracias, en gran medida, a que los activistas del sida exigieron la agilización de los procesos de investigación y aprobación de productos, actualmente hay más fármacos disponibles para tratar el VIH que para el resto de los virus juntos. La generosidad de los donantes, unida a unos innovadores mecanismos de fijación de precios, han hecho que estos fármacos antirretrovirales estén disponibles para la tercera parte de los pacientes que los precisan a fin de mantenerse con vida y gozar de buena salud en el mundo en vías de desarrollo. Sin embargo, donantes y gobiernos beneficiarios han de luchar cada vez más para conseguir los recursos necesarios con el fin de mantener y aumentar el acceso a estos fármacos por parte de las personas que los requieren.
Ha llegado el momento de que se produzca una segunda revolución en el ámbito del sida, una revolución en la prevención de la infección por VIH, cuyo objetivo sería poner fin, de manera definitiva, a la devastación que ocasiona esta pandemia. Como indican los recientes avances científicos, se trata de un objetivo alcanzable. Las tasas de transmisión del VIH pueden reducirse utilizando todos los métodos de prevención basados en pruebas científicas de los que disponemos en la actualidad (preservativos, circuncisión y uso de jeringuillas limpias). El acceso a la terapia antirretroviral por parte de todas las personas con VIH que la necesitan sirve no sólo para salvar sus vidas, sino también para reducir la probabilidad de que transmitan el virus a terceras personas. Según algunas previsiones, el hecho de añadir los microbicidas y la profilaxis con antirretrovirales a la variedad de estrategias preventivas del VIH ya disponibles, podría reducir a la mitad la tasa mundial de infecciones por el virus. Una vacuna ampliamente eficaz, por añadidura, podría acabar finalmente con la pandemia de sida para siempre.
Aunque las perspectivas científicas para estas nuevas herramientas resultan prometedoras, los progresos futuros se ven amenazados por la escasez de fondos. La financiación de la investigación en nuevos métodos preventivos del VIH está congelada, a pesar de que los esfuerzos para hacer avanzar estos nuevos hallazgos a través del proceso de desarrollo de producto exigirán una mayor cantidad de dinero. No basta con que los gobiernos mantengan sus compromisos en el tratamiento y atención del VIH y los actuales esfuerzos preventivos, además se deberían realizar importantes inversiones en nuevos métodos de prevención. Los activistas del sida también pueden desempeñar un papel activo en esto, exigiendo el desarrollo de nuevas herramientas preventivas del VIH con el mismo ahínco con el que pidieron el acceso universal al tratamiento anti-VIH.
La pugna por poner fin a la epidemia de sida no puede ganarse con medias tintas.
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