El dinero no hace la felicidad, pero no sabes tú cómo relaja los nervios. Eso es lo que debieron pensar los investigadores que hace un mes supieron que estaban entre los ganadores de las ayudas multimillonarias que la Fundación Bill y Melinda Gates ha otorgado para la investigación de la vacuna del SIDA.
La entidad filantrópica del hombre más rico del mundo anunció la concesión de un total de 287 millones de dólares a 16 proyectos por un periodo de cinco años. (La Fundación Gates también ha comunicado esta misma semana una aportación de 500 millones de dólares al Fondo Global de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria a lo largo los próximos cinco años. Siendo esto una estupenda noticia en términos prácticos, ya que esta contribución supera por sí sola y con creces la que hacen muchos países pudientes por separado, empezando por España, no nos deberíamos dejar de preguntar por qué la respuesta mundial a la pandemia del SIDA ha de depender, en buena parte, del albur de una sola persona –y su pareja, como mucho-, por muy simpática que nos caiga, y no de los Estados y las sociedades en su conjunto. Claro que antes nos tendríamos que preguntar qué modelo social es éste que permite que un solo ser humano acumule, frente a millones de semejantes, tanta riqueza desorbitada. Pero ésas son otras discusiones).
El dinero de los Gates supondrá en concreto la creación de 11 grupos de investigación en vacunas del SIDA, más 5 centros de apoyo y análisis de datos compartidos. Esto implica a 165 expertos de 19 países, que necesariamente tendrán que coordinar sus trabajos. Una parte de los proyectos va dirigida a entender mejor la respuesta de los anticuerpos neutralizadores frente al VIH y cómo se pueden utilizar y otra la de las células inmunitarias en el mismo sentido, además de los estudios pensados para identificar y/o construir mejores vectores (vehículos de transporte) de la vacuna propiamente dicha.
Estas becas a la investigación suponen un salto adelante tanto respecto a la cuantía como al sistema de selección y otorgamiento. En contra de la tradición, la Fundación Gates cerró la puerta a la presentación de proyectos individuales y forzó a los interesados a enviar propuestas de colaboración por medio de grandes consorcios que pudieran asumir presupuestos ambiciosos aplicados a objetivos y metas bien definidos. Además, el donante ponía como condición que estos grupos internacionales compartieran datos entre sí, y que los derechos de patente que se pudieran hipotéticamente derivar garantizaran el acceso de la posible vacuna a países en desarrollo a bajo coste.
Este apuesta supone un cambio radical en cómo se financia la ciencia, y en concreto la ciencia de la vacuna del SIDA, porque pasamos de un modelo competitivo a uno cooperativo. Hasta ahora había consenso en que una “sana competencia” entre equipos investigadores era un factor esencial para estimular el progreso científico, incluyendo la búsqueda de la vacuna del SIDA, claro. Ahora parece que lo que se busca es justo lo contrario, que los grupos se asocien, cooperen y compartan. Pero mientras que algunos creen que es el paso adelante que hace tiempo necesitamos, otros temen –incluidos algunos ganadores del concurso- que supondrá un retroceso.
No se puede decir sin embargo que el asunto aparezca de la noche a la mañana. Desde que en 2003 se lanzara lo que podríamos traducir como la Empresa Global de la Vacuna del SIDA (véase La Noticia del Día 25/05/05), los donantes han estado impulsando un cambio de paradigma que incluso ha conseguido el respaldo de la Cumbre del G-8 (los siete países más industrializados del mundo más Rusia) de este año en julio, en San Petersburgo.
Y no es un caso único. El principal contribuyente particular a la investigación en la vacuna del SIDA, los Institutos Nacionales de Salud de EE UU, aprobó el año pasado una aportación de unos 315 millones de dólares a lo largo de 7 años para crear una red de centros de investigación -en el mismo espíritu que ha hecho la Fundación Gates- que recibe el nombre de Centro para la Inmunología de la Vacuna del VIH/SIDA (CHAVI, en sus siglas en inglés).
Este nuevo modelo tiene dos características destacables. Por un lado, va a forzar a estandarizar los métodos de investigación tales como el análisis estadístico, la construcción de las cohortes participantes, de la tecnología aplicada y de los marcadores sustitutivos empleados para evaluar los resultados. Nadie pone en duda que esto era perentorio, porque hasta ahora la disparidad hacía imposible la comparación de resultados, o incluso de los diseños de los ensayos.
Por el otro, hay que formar grandes grupos colaboradores si se quiere optar por la financiación. Esto reduce la pluralidad de propuestas, concentra las sumas de dinero disponible y hace que sea el donante quien marque el objetivo de la investigación, frente al modelo actual, en el que son los científicos quienes determinan a qué creen que deba darse prioridad. Además, aducen los críticos, la agregación en consorcios supondrá un aumento considerable de la burocracia, lo que distrae del trabajo científico propiamente dicho, y del mercadeo de favores, lo que no va precisamente a favor de la selección de las líneas de investigación más prometedoras.
Además, algunos creen que alegar la falta de colaboración entre equipos como un factor determinante para la falta de perspectiva para una vacuna del SIDA en pocos años es ignorar que el problema de fondo siguen siendo los desafíos científicos, la necesidad de ideas brillantes y la elaboración de pensamiento innovador.
Lo que está claro es que estamos hablando de montos económicos cada vez mayores, lo que es una nota de optimismo: parece que por fin quien tiene poder para movilizar recursos y compromiso político va a prestar más atención a un aspecto del abordaje del VIH/SIDA, el de la investigación y desarrollo de la vacuna, que ha estado demasiado tiempo en la trastienda de las prioridades.
Pero también lo es que al tratarse de capital público y filantrópico, las polémicas sobre cuáles son los mejores proyectos y quién y cómo tomará la decisión de que merece un fuerte apoyo económico van a aumentar de intensidad.
Fuente: Elaboración propia / Nature.
Referencia:Declan Butler. AIDS vaccine research becomes “big science”. Nature 442, 610-611 (10 de agosto de 2006)
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