No hemos vivido juntos ni hemos llegado a mantener relaciones íntimas, pero sí que hubo besos y caricias, y después de que nos enteramos de que tenía VIH, pese a su oposición, mi decisión fue quedarme a su lado. Yo lo amo y no le di la espalda; lo abracé y le dije que estaría con él hasta el final. Sin embargo, tras un tiempo, decidió terminar con todo.
Mi dolor y desilusión fueron terribles. Sentí rabia y deseos de dejarle solo, pero no puedo. Yo me preguntaba en que le había fallado. Fui la persona que le insistió en que se hiciera la prueba, para estar seguros y comenzar el tratamiento; estuve con él en sus controles, en la toma de sus pastillas -que fue un martirio al inicio-, vigilando qué comía, etc. Pero no quiso seguir con el tratamiento psicológico.
Soy la única persona que sabe de su enfermedad; él tiene miedo de que se entere su familia, dice que le darían la espalda, pero yo me tomé todo lo que decía con calma y aún sigo ahí.
Ahora, al leer todas las experiencias de este sitio, lo he vuelto a llamar. Quiero que salga de ese encierro mental y físico en que se encuentra; quiero mostrarle y que lea que hay personas como él; quiero hacerle entender que puede ser una persona normal, que puede amar, sentir, ilusionarse, ver la vida de colores, con restricciones y cuidados, pero con normalidad. Él mismo se dice que está muerto en vida. Pero yo digo no, no, todavía le queda mucho por vivir.
Gracias por publicar estas historias personales y deseadme suerte para hacerle entender que hay un camino bonito por andar. También quiero sugerirle que escriba su historia.
Saludos y un abrazo muy fuerte a todos.