Tengo un hijo y no sé cómo se lo voy a explicar el día que crezca.
El día que me lo diagnosticaron fue, para mí, el fin de mi vida. Con sólo 19 años tenía que afrontarlo. No tuve reacción alguna, ni siquiera lloré, pero hasta hoy no he dejado de pensar ni un solo día cuánto cambió mi vida.
Tengo una familia que me apoya, pero no es suficiente. La angustia que siento es inexplicable. Cada día es como el primero. Hasta este momento aún no he podido descifrar qué siento. Lo que sí sé es que la vida no acaba.
Hace poco, falleció una persona que tenía VIH y sus últimos días fueron sólo sufrimiento. Su estado fisico me impresionó y, la verdad, no quiero llegar a ese momento.
Algún día nos va a tocar a todos, pero no es lo mismo morir naturalmente que hacerlo con VIH, por lo menos para mí no. Y eso duele muchísimo.
Hoy puedo decir que mi vida terminó un 24 de noviembre.