Una segunda oportunidad para ayudar al prójimo

MILO

Hola, soy MILO (iniciales de mis nombres y apellidos). Soy de Ecuador y tengo 42 años.

El 1 de mayo de 2020 me enteré de que tengo el VIH. Antes de esto les contaré algo de mi vida. Quiero empezar diciéndoles que me crié en un hogar de clase media, estable, con mamá, papá y hermanos. Siempre fui un muchacho aplicado, educado, respetuoso, caballero, pero muy activo sexualmente. Desde pequeño sentí mucha curiosidad por el sexo. Creo que a los 8 años ya me estaba iniciando sexualmente, y no porque yo lo buscara, eran mis amiguitas de la escuela quienes me persuadían a tener encuentros sexuales con ellas. Modestia aparte, siempre he tenido mucho ligue con las chicas desde pequeño hasta ahora.

Luego, cuando fui creciendo, estudié en un colegio de varones, pero seguía sucediendo lo de tener sexo, pero esta vez con amigas del barrio, no porque yo lo buscara, ellas me lo proponían. Es más, yo siempre he sido un poco tímido y siempre han sido ellas las que han tomado la iniciativa.

Siempre he sido muy activo sexualmente, me gustan las fantasías sexuales. En la universidad tuve muchas novias y con todas tenía sexo, algunas veces me protegía con preservativos, otras veces no. Hasta que a los 20 años me enamoré por primera vez de una mujer divorciada y con un hijo. Me enamoré tanto que, para mí, solo existía ella. Fue una etapa maravillosa en mi vida, ya que compartía bastante tiempo con ella, incluso ya dormía todas las noches en su casa. Estando con ella jamás se me cruzó por la mente estar con otra, pues ella me llenaba en todo sentido, incluso en lo sexual. A veces hacíamos el amor hasta 5 o 6 veces en un día. Compartíamos muchas cosas juntos, salíamos a disfrutar de la vida juntos, viajábamos, salíamos a bailar, a comer a cualquier hora, incluso de madrugada. Nos divertíamos mucho.

Pero todo esto acabó cuando ella y su familia me pidieron formalizar la relación. Mis padres no la aceptaban por ser divorciada y tener un hijo. Adicional a eso, yo tenía 23 años y no tenía un trabajo estable ni ella tampoco. Para ser sincero, me dio miedo afrontar una responsabilidad como la de llevar una casa o un matrimonio con mi juventud y sin un trabajo seguro.

Discutimos varias veces, hasta que llegó un día en el que ella me dio un ultimátum. Me dijo que si salía por la puerta de su casa, ya no regresara nunca más. Y así lo hice. Me fui y no regresé nunca más. Luego de eso, sufrí mucho. Lloraba, la extrañaba. Un día nos encontramos por casualidad en un lugar donde frecuentábamos los dos, discutimos y me dijo que se iba del país. Así lo hizo. Se fue y nunca más la volví a ver.

Solo un par de ocasiones hablamos por teléfono, pero ella ya estaba haciendo su vida lejos de Ecuador y yo la mía con gente de la universidad. Siempre he sido muy amiguero, buen compañero, el alma de los viajes y las fiestas. No había un fin de semana en que no saliera a divertirme. Nunca he fumado ni he tomado drogas. Soy bebedor social. Prefiero una reunión en casa que ir a bares o discotecas. En fin, así conocí a muchas otras novias, hasta que a los 25 años conocí a la que actualmente es mi esposa.

Compañera de universidad, estuvimos 1 año de novios, salió embarazada y decidimos irnos a vivir juntos. Me prometí a mí mismo ser un hombre y padre responsable y darle lo mejor a mi hijo y a mi esposa y así lo cumplí. Trabajamos duro mi esposa y yo para formar nuestro hogar. Me alejé de mis amigos, solo vivía del trabajo a casa y viceversa.

Así pasaron 10 años y me di cuenta de que me sentía vacío, de que ya no tenía esa alegría de antes, de que ya no era importante para nadie. No tenía relaciones sociales con nadie. Antes, cuando estaba soltero, yo era el que armaba la fiesta. Mis padres me enseñaron que ellos preferían que hiciera reuniones en mi casa para así ellos conocer a mis amigos y saber qué clase de personas eran. Así que en mi casa siempre eran las reuniones. Mis padres estaban felices de verme a mí y a mis amigos en casa reunidos. Hacían comidas para mis amigos, a veces nos amanecíamos en mi casa bailando, conversando y comiendo, pero todo con respeto y responsabilidad.

Pero desde que me casé, ya nada de eso pasaba. Mi esposa es una persona que fue criada de una manera muy estricta, nunca compartía socialmente con nadie, no le gustaban las fiestas, ni las reuniones ni los amigos. Tuvimos otro hijo y para ella su mundo son sus hijos y yo, nadie más. Adicional, es una persona muy dependiente de mí, aunque ella también trabaja, yo soy el que hago las compras de la casa, soy el representante de los niños en la escuela, quien los lleva al médico, a fiestas, etc. De lunes a lunes pasaba ocupado con cosas de trabajo o de la casa, llegaba a casa en las noches solo a dormir.

Pero a los 35 años comenzaba a extrañar la vida de antes. Me sentía viejo, ignorado, gordo, sin interés, ya no brillaba como antes. Antes de casarme, pesaba 110 libras. Me casé y subí hasta llegar a las 170 libras y mido 1,70. En ese entonces cambié de trabajo, que consistía en tener que visitar clientes, ya que era representante comercial. Para tal efecto, siempre tenía que estar bien presentado. Siempre me ha gustado estar bien vestido, bien oloroso, impecable, obsesionado por la higiene, y no es por nada, pero siempre me han dicho que soy bastante atractivo.

En este mundo de mi trabajo, conocí a mucha gente con quien salía a reuniones, almuerzos, cenas, etc., y como siempre, había personas que me decían algún piropo o insinuaciones. Al principio yo no les daba importancia, pero al ver que mi matrimonio se iba apagando en todo sentido, incluso en lo sexual y me celaba mucho, me dije que por qué no darme la oportunidad de vivir nuevamente la vida de antes, de sentirme importante, interesante para otra persona, querido, admirado.

Así que, de tanto ir y venir, sucedió que me fui entregando a varias aventuras. Siempre he tenido claro que mi hogar no lo iba a dejar por nada ni por nadie, que todo era por disfrutar el momento, y que si algún día me llegara a divorciar, no volvería a formar un hogar con nadie, me quedaría solo. Así estuve por 7 años disfrutando de los "placeres de la vida" equivocadamente.

En el mes de agosto del año pasado, me invitaron a una hacienda y me picaron muchos mosquitos allí. Siempre he sido alérgico a las picaduras de mosquitos. Me empecé a rascar, pero esta vez noté que, al rascarme, se me hacía un círculo morado alrededor y no me cicatrizaba rápido. Como tengo problemas congénitos de varices, me dije que había de ser por problemas de circulación y varices y no le presté atención. Así que me picaron en los brazos y en las piernas y en cada picadura me dejaron la seña de color morado. Por cuestiones de trabajo, nunca fui a visitar a un médico y me decía “después voy”.

Cabe mencionar que soy una persona demasiado responsable con mi trabajo, para mí, primero estaba el trabajo y después yo. Además de que soy muy cronometrado con el tiempo. Un día antes ya tengo organizado lo del siguiente día. Es así que cuando algo se me descuadra de mi planificación, me estreso porque todo lo que hago en el día, lo tengo planificado y cronometrado. En fin, ahora entiendo que siempre tengo que priorizar mi salud, mi vida, antes que el trabajo y el tiempo. En fin. Volviendo con mis manchas en las piernas y en los brazos, me deprimí porque siempre me ha gustado usar pantalones cortos y ya con estas manchas no los podía usar, pues me daba vergüenza. Incluso regalé todos mis pantalones cortos en un momento de depresión.

A raíz de la pandemia y la cuarentena [por la COVID-19] y ya en casa desde mediados de marzo, mi esposa notó que estaba bajando de peso muy rápido, cosa que yo no había notado. Adicional a eso, me había ido a hacer la pedicura a un centro de belleza y, al parecer, me cortaron mal una uña y me salió un hongo en el dedo pulgar del pie. Además, en las noches sudaba mucho mientras dormía.

Con todos estos síntomas, me empecé a preocupar y a investigar por internet, llegando a la conclusión de que se podría tratar de VIH. Aunque nunca me ha dado fiebre, ni infecciones, ni laceraciones en la boca, ni manchas en el cuerpo… Así que el 30 de abril, temprano, me fui a hacer los exámenes de ELISA en un laboratorio. El día 1 de mayo me entregaron los resultados y salió positivo para VIH. Ese día cambió mi vida por completo. Ese día se me vino el mundo encima. No sabía qué hacer. Lo primero que se me vino a la mente fue si mi esposa también estaría infectada. ¿Cómo se lo iba a decir?, ¿qué iban a pensar mis hermanos y mis padres? Me sentí la persona más sucia de este mundo.

Busque en internet un médico infectólogo, lo llamé, pero no contestaba para que me atendiera de manera urgente. Le envié un mensaje y me contestó, le pregunté si me podía atender personalmente y me dijo que no, que solo por telemedicina estaba atendiendo, pero que a partir del martes ya atendía personalmente. Le dije que me atendiera por telemedicina hasta que me viera personalmente. Le conté que me había hecho la prueba del VIH, que di positivo y que no sabía qué hacer, pero nunca me contestó. Pensé lo peor, creí que no me quería atender porque ya no tenía remedio mi situación, que por eso no me contestaba.

Así que, de tan deprimido como estaba, fui a un local veterinario y compré veneno para ratas y para garrapatas. Mi intención era acabar con mi vida. Estuve esperando como 3 horas a que el doctor me respondiera y haciéndome mil preguntas en mi cabeza sobre quién me lo transmitió, cuándo, si se lo decía o no a mi esposa, cómo se lo decía, estaría ella infectada, etc. Cuando ya estaba decidido a suicidarme, me llamó el doctor, fue como cosa de Dios. Me dijo que me tranquilizara, que esto no era el fin del mundo, que ahora nadie muere de sida, que existen tratamientos muy efectivos con los que puedes llevar una vida casi normal si eres responsable y disciplinado con el tratamiento.

Eso me dio alivio y esperanza a la vez, y evitó que cometiera el error de suicidarme. Es más, el doctor me dijo que él podía conversar con mi esposa y explicarle sobre la enfermedad, lo cual me dio fuerza para hablar con ella y contárselo. Así que me fui a casa y hablé con mi esposa. Ella sabía que me había ido a hacer unos exámenes para ver si tenía algún problema con las manchas en mi pierna, pero no se imaginaba tamaña noticia. Almorzamos y fuimos al dormitorio a descansar. Aproveché y le dije que había ido a retirar los exámenes del laboratorio y que me me salió una enfermedad incurable, que tenía el VIH.

Ella se quedó sin habla, sorprendida, no sabía qué decir. Al rato me dijo si ella también podría estar infectada, a lo que respondí que era lo más probable. Se puso a llorar, a hacerme mil preguntas. Me dijo de todo, que yo era lo peor, etc. y yo acepté todo lo que ella me decía. Le pedí perdón por haber hecho lo que hice, hasta que decidí llamar al doctor para que hablara con ella. El médico le explicó lo de la enfermedad, que hay tratamiento, que no es una sentencia de muerte, etc. Con eso ella se tranquilizó un poco y el doctor nos dio una orden a cada uno para nuevos exámenes donde se verificaría la carga viral, los CD4 y plaquetas, y nos citó para el 5 de mayo para chequearnos personalmente.

Esa tarde y noche del 1 de mayo, la casa se puso toda en silencio, me preguntaba si había hecho bien en contárselo a mi esposa, que mejor me hubiese suicidado y no tendría que afrontar esta situación, etc. Esa noche mi esposa se puso a rezar el rosario, ya que iniciaba el mes de María la Virgen. Nosotros somos católicos, una buena familia, siempre tratamos de ayudar a los más necesitados, mi esposa y yo siempre estamos dispuestos a ayudar al prójimo y de vez en cuando vamos a la iglesia, pero esta vez ella se puso a rezar el rosario sola todas las noches del mes de mayo. Yo me uní en oración el 4 de mayo, esa noche después del rosario, lloramos. Le pedí perdón nuevamente y ella dijo que me amaba, que me iba a apoyar en todo y que siempre iba a estar ahí para mí, que amaba su hogar y su familia al igual que yo.

Al día siguiente, fuimos a retirar los exámenes de laboratorio y a ella le salió no reactivo al VIH]. Qué felicidad, creo que fue un milagro, porque yo pedía que a mí me pasara cualquier cosa pero que a mi esposa no. Con los resultados fuimos a la cita con el médico. El médico era otro ángel caído del cielo. Nos trató muy bien, nos explicó la enfermedad y los mitos respecto a ella. Nos dejó más tranquilos. Me preguntó si había tenido alguna enfermedad grave en años anteriores. Le conté que 5 años atrás estuve hospitalizado por una infección que ningún doctor me pudo explicar. Estuve 1 semana con fiebre alta, dolor de cabeza intenso, no dormía días y noches enteras. En esa ocasión, me hicieron exámenes de toda índole, pero no me salió nada.

Con el tiempo y dando mi diagnóstico a varios médicos, llegaron a la conclusión de que me había dado mononucleosis infecciosa. Tres años antes me dio hepatitis B. El doctor me dijo que, probablemente, en esas fechas pude haber contraído el virus.

Empecé tratamiento antirretroviral, ya que mis CD4 eran 172, la carga viral 1.600 y las plaquetas 12. El doctor me dijo que los CD4 iban a subir con el tratamiento, que la carga era baja y que era más fácil llegar a ser indetectable, Y que las plaquetas, que era lo que más le preocupaba, estaban muy bajas. Empecé el tratamiento antirretroviral y, para subir plaquetas, tomé 40mg diarios de corticoides orales. Nos citó para la siguiente semana, con nuevos exámenes, para ver si habían subido las plaquetas, caso contrario tendría que ir a un hematólogo.
Así fue. Al siguiente lunes fui nuevamente a la consulta del médico, con los exámenes de plaquetas, y de 12 subí a 24. El doctor dijo que igual seguía bajo y que tendría que ir donde el hematólogo. Me recomendó a uno y, al siguiente día, fui a la cita. De entrada, le dije que era un paciente con el VIH y, apenas el hematólogo vio los exámenes, dijo que había que tratar el problema de manera urgente, que no era peligroso, pero que debía hacerme unos exámenes especiales para saber a qué se debía el tener las plaquetas bajas aparte del VIH.

En ese momento, me preparó para hacerme una punción en la médula espinal, una biopsia. Hasta la fecha, me duele el lugar de la punción. Empecé con un tratamiento agresivo con corticoides por vía intravenosa durante 3 días seguidos, luego 60mg diarios por vía oral por 15 días. Los efectos secundarios de los corticoides son muy fuertes, provocan decaimiento, dolor articular, insomnio, depresión, cambio de humor, hongos en la boca, diarrea, etc.

El martes de esta semana fui a control nuevamente y las plaquetas ya las tengo en 143. Con ese resultado, el doctor bajó la dosis de corticoides a 40mg diarios por una semana y luego a 20mg diarios, hasta el 2 de julio en que tengo nueva cita y debo ir con nuevos exámenes. El resultado de la biopsia a la médula espinal salió que tengo trombocitopenia autoinmune. Con el tratamiento de corticoides voy a estar bien. Actualmente estoy con este tratamiento.

Conclusión

He tomado esta enfermedad de manera positiva gracias a los médicos que están llevando mi tratamiento. Me siento bien, aunque no me veo bien. Me deprimo porque me veo en el espejo y me siento un guiñapo, un espantapájaros. He bajado cerca de 12 libras (5,4 kg), no tengo masa muscular, la ropa me queda grande, los vecinos y clientes que me ven notan mi enfermedad y a veces son crueles. Siento que hablan entre ellos, incluso ayer un cliente me dijo si me había dado la COVID-19 porque tengo el cuerpo de una persona enferma. Me sentí y aún me siento mal por sus palabras.

Estoy agradecido por esta pandemia de la COVID-19 y a esta enfermedad [VIH], ya que me ha permitido amar más a mi familia y amarme más yo. El estar aislados nos ha unido más como familia, mi esposa me apoya 100% y está conmigo siempre, alertándome de tomar mis medicinas a tiempo. Solo ella sabe lo de mi problema, mi familia ya se dio cuenta que he bajado mucho de peso y me hacen preguntas. Yo les digo que estoy en una dieta estricta por problemas en mi hígado. He empezado a hacer cosas que ni yo sabía que podía hacer: Les hago postres a mis hijos, compartimos los quehaceres de la casa, ya hasta me está gustando lavar platos, cocinar, limpiar la casa, regar las plantas.

Está enfermedad me está dando una segunda oportunidad para vivir mejor, para hacer cosas que tenía pendientes y que, por descuido o por dar prioridad a cosas sin importancia, las había dejado a un lado. Tengo muchos planes y proyectos por realizar, entre ellos ayudar de manera más activa al prójimo, para lo cual estoy implementando un plan de emprendimiento para los hermanos venezolanos en este país que no tienen trabajo y que piden limosna en las calles. Voy a darles las herramientas necesarias para que ellos inicien un negocio propio y también deseo implementar un blog como el que hay aquí para dar asesoría a personas con VIH que estén pasando por este problema y no saben qué hacer. Guiarles, orientarles y que sepan que esto no es el fin del mundo, es el inicio de una nueva vida. Estoy agradecido con este blog que recién anoche encontré y, de una u otra forma, necesitaba contar mi experiencia para desahogarme y que sea conocida y que los demás compañeros sepan que no están solos, que hay personas dispuestas a ayudarlos y a orientarlos.

Un abrazo y cuenten conmigo para lo que sea. Les estaré informando cómo va mi evolución. Saludos

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