Poco después de recibir el diagnóstico supuse que mi vida había terminado. Y en realidad así fue. Pude ver cómo la vida que tenía se me iba por completo de las manos. Sin embargo ahora sé que no es del todo malo.
Tengo dos amigas que saben mi condición y en realidad solo quiero que ellas lo sepan. Una de ellas es cristiana y estudia conmigo. Y aunque a veces no me comprende, sé que se preocupa por mí. Y en realidad yo la entiendo más, puesto que ella es un tanto infantil y pues bueno, je, je, je, yo soy el mayor.
Tengo a otra amiga que sabe mi diagnóstico. Bueno, quizá deba decir que es mi hermana. En realidad es una de esas personas cósmicas que nunca podré agradecer a la vida que esté conmigo. Ella me ha sabido levantar en los peores momentos a partir de mi diagnóstico. Siento que me he portado muy mal con ella porque a veces me aíslo y prefiero quedarme a leer sobre la enfermedad antes que salir, como siempre hacíamos.
Y reconozco que eso es egoísta, porque ella merece ser feliz y a veces me odio por no poder hacer ya nada para hacerla sentir como antes. Ella me ama y yo también. Sin embargo, muchas veces no sé cómo demostrarle mi amor y termino regándola por completo.
Ella es fuerte, es mi ejemplo e inspiración y a pesar de que todo el mundo la juzga, en un mundo de desconocidos yo soy el único que la conoce y ella a mí. Quisiera hacerle honores porque cuando ella descubrió mi diagnostico me apoyo y estuvo ahí conmigo. Incluso en la mañana, cuando me dan mis ataques de ansiedad, siempre está ahí.
Sé de qué manera retribuirle todo lo que hace por mí y esa manera es amarla y nunca dejarla. Tengo otros mejores amigos y no es que no merezcan saber mi situación. Al contrario, simplemente que si la vida me dejó abrirme solo con ellas dos fue por algo.
Cuéntenme como es la situación con sus amigos y allegados, les estaré leyendo con toda la atención del mundo y siempre que pueda les responderé.
Bendiciones siempre y mucha fuerza, mis hermanos. No están solos, ¡yo estoy con ustedes!