En el mundo entero, casi el 50% de las nuevas infecciones ocurre en mujeres. Un abordaje apropiado de la infección por VIH y adaptado a esta población, entre los cuales se encuentra la terapia antirretroviral de gran actividad (TARGA), es un elemento clave para la supervivencia de las mujeres. No obstante, los datos sobre las diferencias que existen entre el sexo femenino y masculino por lo que hace a la infección por VIH y a TARGA son muy limitados y provienen sobre todo de estudios observacionales. En efecto, existen pocas investigaciones exclusivamente en mujeres y el número de mujeres incluidas en los ensayos clínicos en hombres y mujeres sigue siendo en la mayoría de los casos insuficiente.
Sin embargo se estima que podrían ser diversos los áreas donde existen variaciones entre mujeres y varones con VIH: las repuestas virológicas (carga viral), las respuestas inmunológicas (número y porcentaje de CD4), la progresión de la enfermedad, los efectos secundarios, la farmacocinética de los antirretrovirales y los factores sociales y psicológicos.
En el caso de los efectos secundarios en particular se ha mostrado que éstos varían en función del sexo, y que estas variaciones tienen consecuencias importantes sobre la calidad de vida de las mujeres: erupciones cutáneas (rash), hepatotoxicidad, riesgos cardiovasculares, cambios en la distribución de grasa corporal, son efectos más frecuentes y a veces peores en las mujeres que en los varones. A ello hay que añadir las complicaciones relacionadas con el embarazo en el caso de las mujeres gestantes.
Por otra parte, las mujeres en general, y las mujeres VIH+ en particular, experimentan una serie de afecciones que les son propias o que se dan con más frecuencia o más intensidad en el sexo femenino susceptibles de producir un gran deterioro de la calidad de vida. En general, se suelen pasar por alto o incluso ridiculizar, lo que hace muy difícil un abordaje adecuado, y pueden acabar provocando una merma en el desarrollo de actividades elementales de la vida cotidiana. En efecto, más allá de las diferencias biológicas, los roles que hombres y mujeres tenemos asignados y asumimos en la sociedad ejercen un efecto muy importante en nuestra vivencia del estado de salud y también en cómo utilizamos los servicios sanitarios, a pesar de lo cual no encontramos en este ámbito una perspectiva de género que pudiera servir para abordar este efecto.
De hecho, se ha observado que a pesar de que se ha establecido una expectativa de vida más alta para las mujeres, al hacer estudios en profundidad sobre las condiciones de salud se puede ver que tienen más probabilidades de experimentar afecciones crónicas no mortales que conllevan mayores índices de disfuncionalidad. Por decirlo de otra manera, viven más tiempo pero con más años de enfermedad y disfunción. Algunos ejemplos como la anemia, la depresión, el cansancio y el dolor, podrían ser ilustrativos de este tipo de afecciones que resultan altamente discapacitantes (en cuanto que tienen un efecto muy negativo en la calidad de vida) y no siempre son adecuadamente diagnosticadas ni abordadas.
Fuentes: Aidsmap (Entidad certificada por The Information Standard, perteneciente al Servicio Nacional de Salud Británico [NHS]) y HIV-iBase (Entidad certificada por HONcode).
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