Las noticias sobre avances en terapia antirretroviral no han sido muy alentadoras en los últimos meses, como hemos venido reflejando en este servicio: varios productos que estaban en avanzadas fases de experimentación han sido descartados, su desarrollo detenido o su alcance limitado. La sensación de desconcierto se nota aquí en Denver, en esta XIII CROI, en la que las sesiones dedicadas a presentar nuevos fármacos han sido escasas hasta ahora, y la mayoría para medicamentos en fases muy tempranas de investigación. Esperamos que las presentaciones de última hora, hoy mismo, sean más alentadoras.
Quizá como compensación a que el ingenio humano para encontrar moléculas potentes, cómodas y seguras para tratar el VIH parece desconcertado, la atención se está expandiendo a otras áreas que puedan arrojar nueva luz.
Una de ellas es la genética. Entre el lunes y el martes ha habido por lo menos cuatro sesiones, a tres de las cuales ha asistido este redactor, que han explorado el papel que diferentes partículas del organismo del ser humano (que en medicina se conocen como huésped) podrían jugar en la transmisión y progresión del VIH, la eficacia al tratamiento antirretroviral o de la hepatitis C y la predisposición a los efectos secundarios.
Stephen O’Brien, del Laboratorio de Diversidad Genómica en Maryland (EE UU), habló ayer sobre los genes de restricción del SIDA, esto es, características moleculares humanas que nos hacen más o menos propensos a adquirir el VIH o a progresar a SIDA. Ya sabíamos que una parte de la población caucasiana (la que en un sentido muy laxo entenderíamos por “raza blanca”), que según las zonas geográficas puede llegar al 20%, presenta la mutación delta 32 del correceptor CCR5 que la hace muy resistente tanto a la adquisición del VIH como a la replicación de éste. Lo que no sabíamos era qué significado tenía tal diferencia.
O’Brien cree que esta mutación también ha servido a este grupo humano para evitar que otras pandemias del pasado lo borraran de la faz de la tierra. En concreto, pese a que reconoce que sólo tiene indicios y no pruebas concluyentes de ello, intuye que esta variante fue seleccionada entre la población euroasiática como respuesta a la peste negra: las personas con esta mutación se vieron libres de la enfermedad, y por ello sobrevivieron y transmitieron el gen a las siguientes generaciones. Con el tiempo, la forma salvaje, no mutada, del CCR5 volvería a hacerse ampliamente predominante, pero no ha hecho desaparecer su variante. Los científicos siguen dándole vueltas a cómo sacar provecho terapéutico a la delta 32.
Ayer, Amalio Telenti, de Suiza, y Simon Mallal, de Australia, facilitaron una discusión de pósters que tenían en común el preguntarse sobre los condicionantes genéticos que predisponen a experimentar hiperlipidemia (grasas elevadas en sangre) o lipodistrofia como efecto adversos de los medicamentos del VIH. Sin lugar a dudas, los hábitos de vida (la comida, el sedentarismo, el tabaco) son poderosos componentes de la tendencia a experimentar estos efectos, pero no los únicos.
La discusión giró en torno a la factibilidad de construir fenotipos (conjunto de características dominantes) que pudieran validarse para permitir saber por adelantado el grado de predisposición a tener complicaciones metabólicas relacionadas con la terapia antirretroviral. Los expertos en general, insistieron en el papel determinante de los polimorfismos (variaciones) de determinados genes, aunque cada uno tenía su propio gen o grupo de genes candidato. Si, como decimos, se consiguiera validar uno de estos fenotipos (esto es, demostrar que tiene valor predictivo), las personas con VIH podrían hacerse pruebas genéticas para tener en cuenta el grado de predisposición a desarrollar complicaciones metabólicas asociadas a determinados antirretrovirales y, en lo posible, evitarlos o posponerlos. (Estas investigaciones podrán seguirse en www.hiv-pharmacogenomics.org.)
La tercera sesión que referimos aquí abordó los factores genéticos asociados con la dinámica y tratamiento del virus de la hepatitis C (VHC). Cristina Tural, de Barcelona (España), y Douglas Richmand, de San Diego (EE UU), facilitaron la discusión de los pósters sobre coinfección, de los que tres utilizaron esta aproximación. El trabajo que quizá despierte más interés es el presentado por Arthur Kim, del Hospital General de Massachussets en Boston, centrado en por qué hay individuos en los que el sistema inmunitario controla (“elimina”) de forma natural el VHC tras estar expuesto, y por qué el porcentaje es mucho menor en quienes están coinfectados por VIH.
Aunque Kim no entra en el origen último de este suceso, que bien podría una vez más tener su base en alguna mutación génica, su estudio muestra con claridad la estrecha relación que existe entre la preservación de la respuesta linfoproliferativa (capacidad para generar nuevos linfocitos) específica frente al VHC y el control espontáneo de la infección por hepatitis C. En personas que viven con VIH dicha respuesta está asociada con los niveles nadir de CD4 (evitar que nunca lleguen a ser muy bajos preservaría las células de memoria anti-hepatitis C), y con la respuesta específica de los CD8 y del interferón gamma frente al VHC.
Kim advierte de que este hecho puede explicar que las personas con VIH tengan más propensión a infectarse por VHC de forma crónica, como indican los datos de brotes entre hombres que practican sexo con hombres y viven con VIH. También podría dar cuenta del hecho de que personas que adquirieron el VHC pero cuyo organismo lo controló espontáneamente, puedan posteriormente infectarse por el VIH, lo que supondría una merma en esa capacidad de control espontáneo si vuelven a exponerse a la hepatitis C. El investigador lanzó un mensaje a favor de implementar medidas de salud preventiva que incorporen estos hallazgos, y alentó a los médicos a hacer controles periódicos sobre infección por VHC entre sus pacientes con VIH.
Las implicaciones para la práctica clínica de todas estas investigaciones todavía están por concretar, pero ya hay hospitales, como algunos británicos, que utilizan el análisis genético para orientar la terapia. Si no vamos a disponer de mucho nuevo a corto plazo, al menos optimicemos el uso de lo que ya tenemos.
Fuente: Elaboración propia
Referencia: Sesión plenaria 19 y abstracts 84, 763, 764, 765, 766, 767 y 768. XIII Conferencia sobre Retrovirus e Infecciones Oportunistas. 5-8 de febrero de 2006. Denver, EE UU. www.retroconference.org
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