Los preservativos se usaron con una frecuencia equivalente a la observada en el sexo por vía vaginal, según se informa en la edición digital de Sexually Transmitted Infections.
Los autores del estudio creen que, si bien las intervenciones conductuales deben abordar el tema de las relaciones anales, éstas sólo tienen una contribución mínima en la epidemia sudafricana.
Sin embargo, los firmantes de un artículo editorial en la misma publicación aseguran rotundamente que esta conclusión es prematura, y señalan que las relaciones anales no contabilizadas podrían sesgar los hallazgos de los ensayos sobre microbicidas.
Por lo general, las relaciones sexuales anales entre hombres y mujeres no han recibido tanta atención como las que se producen entre hombres. No obstante, hay pruebas (en especial en EE UU) de que existe un número elevado de adultos sexualmente activos que practican el sexo anal, lo que sugiere que puede jugar un papel importante en la transmisión del VIH entre la población heterosexual.
La investigación sobre este tema ha sido escasa en los países africanos, aunque un sondeo doméstico de gran tamaño entre personas de Sudáfrica de entre 15 y 24 años había encontrado que el 3,6% de la muestra declaró practicar sexo anal. Los hombres jóvenes que afirmaron practicar sexo anal fueron más propensos a tener VIH, a ser de mayor edad, a haber tenido más parejas sexuales y a haber practicado sexo mientras tomaban drogas o alcohol. Sin embargo, las mujeres jóvenes que declararon practicar sexo anal no fueron más proclives a tener VIH.
En el nuevo estudio, Seth Kalichman y un equipo de colaboradores inscribió dos muestras de conveniencia en Ciudad del Cabo. La primera estuvo formada por 1.360 adultos captados en una concurrida clínica de infecciones de transmisión sexual. La segunda muestra estuvo compuesta por 3.051 adultos inscritos en lugares públicos, como paradas de autobús o calles comerciales. Mientras que la primera muestra fue principalmente masculina y casi en exclusiva de etnia negra, la segunda estuvo compuesta casi a partes iguales por hombres y mujeres, por un lado, y por personas de etnia negra y otras etnias mestizas, por otro. La mediana de edad de los participantes fue de 30 años.
En un cuestionario, que debían cumplimentar los propios participantes (en inglés, xhosa o afrikaans), se preguntaba por los comportamientos sexuales en los últimos tres meses. Un 6% de los hombres que declararon tener parejas del mismo sexo en ese período de tiempo fueron excluidos del análisis posterior, que se centró en las relaciones anales heterosexuales.
Un 14% de los hombres y un 10% de las mujeres afirmaron tener relaciones anales.
Más de la mitad de los participantes que indicaron practicar sexo anal, lo hicieron con tanta frecuencia -o incluso más- que el sexo vaginal.
Los preservativos fueron empleados casi con la misma asiduidad en las relaciones anales que en las vaginales. Los hombres afirmaron que los usaron en el 75% de las ocasiones en que practicaron sexo anal (80% en el sexo vaginal), mientras que las mujeres declararon utilizar un preservativo en el 50% de las relaciones anales (57% en las vaginales).
Existen diversos factores demográficos y conductuales que presentaron una relación estadísticamente significativa con la práctica de relaciones sexuales anales:
- Sexo masculino
- Menor edad
- No estar casado ni viviendo con una pareja
- Mayor número de parejas sexuales
- Uso constante de preservativos y empleo reciente de preservativos en el sexo vaginal
- Infecciones de transmisión sexual
- Sexo de pago
- Consumo de alcohol y drogas
- Haber realizado alguna vez la prueba del VIH
- Resultado positivo en la prueba del VIH
Con todo, el equipo de investigadores no ha informado de ningún análisis multivariable para determinar qué factores estuvieron relacionados de forma independiente con la práctica de sexo anal.
Seth Kalichman y su equipo de colaboradores concluyen que los hombres y mujeres heterosexuales practican las relaciones anales “con una frecuencia relativamente baja”, y creen que este tipo de relaciones sexuales probablemente suponga un número pequeño de infecciones en Sudáfrica.
No obstante, un artículo editorial en ese mismo ejemplar, firmado por Marie-Claude Boily y un equipo de colaboradores, discrepa de esas conclusiones. La autora pone en duda que las cifras registradas por Kalichman en realidad reflejen “una frecuencia relativamente baja”, e indica que, al aplicar su propia revisión sistemática de los riesgos de transmisión del VIH, descubrió que las relaciones anales receptivas tienen un riesgo 20 veces superior de provocar una infección por el virus que las relaciones receptivas por vía vaginal.
Además, afirma que las personas que declararon practicar sexo anal fueron más propensas a estar infectadas por VIH y a tener más parejas sexuales en los últimos tres meses, factores ambos que magnificarían la contribución del sexo anal a la epidemia sudafricana.
También argumenta que las infecciones continuas debido a las relaciones anales podrían dar la impresión de que un microbicida vaginal es menos eficaz de lo que sería en realidad. La autora cree que es necesario disponer de cálculos más precisos de las relaciones anales para los ensayos de microbicidas a fin de garantizar que los estudios disponen de capacidad estadística.
Referencias: Kalichman S, et al. Heterosexual anal intercourse among community and clinical settings in Cape Town, South Africa. Sex Transm Infect (published online ahead of print), 2009.
Boily MC, et al. The role of heterosexual anal intercourse for HIV transmission in developing countries: are we ready to draw conclusions? Sex Transm Infect (published online ahead of print), 2009.
Traducción: Grupo de Trabajo sobre Tratamientos del VIH (gTt).
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