Una persona con infección por VIH y virus de la hepatitis C (VHC) y además con menos de 200 CD4, tiene una más alta probabilidad de progresión de daño en el hígado que otra con una situación inmunológica más estable. Sin embargo, paradójicamente, las directrices de tratamiento de la hepatitis C en personas coinfectadas suelen determinar que esa tipología de paciente no es candidata a recibir la terapia estándar actual, el interferón pegilado (IFN-PEG) más ribavirina (RBV).
Pablo Barreiro, médico del Hospital Carlos III de Madrid, ha explicado hoy en Bilbao, durante las I Jornadas de Abordaje de la Coinfección por VIH y Hepatitis C, que la razón para esta exclusión es que la mencionada terapia para el VHC reduce sensiblemente los niveles de CD4, y que por ello no es aconsejable utilizarla en quienes ya los tienen muy bajos: existiría un riesgo de aparición de enfermedades oportunistas.
Su compañera de mesa, la activista estadounidense experta en coinfección Tracy Swan, le ha replicado que no parece muy sensato evitar el intento de solución de un problema por miedo a que aparezca otro. Swan ha defendido la extensión del uso de IFN-PEG y de RBV a poblaciones usualmente excluidas, entre estas personas inmunocomprometidas. Cree que el uso combinado de los antirretrovirales adecuados, medicación para mitigar los efectos secundarios de la terapia anti-VHC y profilaxis frente al riesgo de emergencia de enfermedades oportunistas, junto con medidas de apoyo psicosocial, permitiría ampliar el espectro de personas candidatas.
Swan ha reconocido que su visión, compartida por un auditorio trufado de usuarios y profesionales de ONG, requiere tanto un cambio de voluntad como de un aumento del acceso a recursos. Esto ha quedado en evidencia en la siguiente sesión de debate de las jornadas, planteada en torno a si se tratan adecuadamente los efectos adversos de la terapia para la hepatitis C.
Marina Núñez, doctora también del Carlos III, ha desgranado el reguero de acontecimientos típicos provocados por estos necesarios, pero difíciles de seguir, fármacos: síntomas parecidos a los de la gripe, anemia, y problemas neuropsiquiátricos, principalmente. Cada clase requiere un abordaje específico, pero no siempre es sencillo. Por ejemplo, con frecuencia no se cuenta con especialistas en salud mental en los equipos de atención, o bien el uso de eritropoyetina (EPO) para las complicaciones metabólicas, un producto muy caro, depende de que cada hospital lo autorice o el médico esté convencido de su utilidad. La persona coinfectada por VIH y VHC recibirá entonces una calidad asistencial desigual dependiendo del lugar donde vive o el centro al que está adscrito.
Swan considera que las barreras para tratar la hepatitis C en personas con VIH no sólo tienen que ver con disputas científicas, sino también con prejuicios sobre los estilos de vida. Así, la activista de Nueva York quiere romper un tabú refiriendo datos de estudios pilotos que muestran la factibilidad de que usuarios activos de drogas sin domicilio estable sigan programas de terapia directamente observada para el VHC. Ella cree que esta posibilidad debería abrirse también a los usuarios de alcohol, otro colectivo tradicional excluido.
Hacerlo puede ser realidad sólo si se cuenta, una vez más, con voluntad política y recursos adecuados. Fabiola Moreno, trabajadora social del Hospital de Galdakano en Vizcaya, ponente al final de la tarde, enumeró los principios que desde su punto de vista deberían regir las buenas prácticas en la atención a personas coinfectadas más vulnerables. El perfil de sus usuarios son varones de 40 años, usuarios activos de drogas, sin redes de apoyo familiar o social, sin domicilio estable y con un uso intermitente pero intensivo de los servicios sociosanitarios. Moreno ha adquirido la suficiente experiencia como para afirmar sin titubeos que estas personas podrían recibir tratamiento para sus dolencias: sólo que los servicios deberían ser suficientes y estar adaptados a sus necesidades, y para ello se necesita una visión política que aborde los problemas sociosanitarios no como un foco de tensión, sino como un deber de intervención.
Ahora sólo hace falta que quien tiene el poder, tome conciencia de su responsabilidad y actúe en consecuencia.
Fuente: Elaboración propia.
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