Nació mi hijo y luego nos hicieron pruebas a los cuatro. Sólo mi hija mayor salió seronegativa. Era lo peor que me podían decir. Cuando estás enferma piensas en la muerte y en que todos te van a rechazar. Mi esposo, después de esto, comenzó a enfermar más y más, hasta que ya no pudo y murió en mis brazos. Mi bebé también estaba delicado de salud, eso era lo que más me dolía. Un niño no tiene la culpa de nada.
Sufría tanto cuando iban a hacerle pruebas… Era muy penoso. Hubiera preferido que me lastimaran a mí y no a él, pero bueno. Mi esposo murió en mayo del 2001, mi bebé, en diciembre del mismo año; también se murió en mis brazos aquí en mi casa, porque ninguno de los dos estaba ingresado en ese momento.
Después de eso, ya sólo fui a hacerme algunos chequeos médicos para que me dijeran cómo estaba. Pero un día no regresé. Intenté suicidarme. Unos dos años después, únicamente logré que me ingresaran en una clínica psiquiátrica. Tras esto, hubo una persona que me aceptó con mi problema, no le importó y está conmigo.
En el 2009, empecé a sentirme muy mal, pero no quería decir nada porque tenía miedo. Hasta que ya no pude disimular más: mi pérdida de peso ya era muy notoria. Sentía que me iba a morir, ya no me levantaba de la cama ni comía. Hasta que en febrero fui al médico, cuando ya no pude más. Inicié el tratamiento anti-VIH, pero no me iba bien. En lugar de sentirme mejor, era al revés, cada vez estaba peor. Al cabo de un mes, mi cuerpo comenzó a aceptar la medicación. Entonces, empecé a recuperar mi peso.
Ya me siento mejor, pero el ánimo no se me levanta del todo. Algunos días estoy de buen humor, otros no, pero en lo que a mi salud se refiere creo que estoy bien.
Sólo ruego a Dios que me permita ver a mi hija con quince años. Creo que sí la voy a ver.
Todavía me invade mucho el miedo, eso no se me quita. Estoy atemorizada por muchas cosas, pero aquí ando.