Fui politoxicómano, promiscuo, bebedor y pendenciero, o sea, nada que ver con un angelito. Después de muchos palos, he acabado por asumir la enfermedad, porque no nos queda otra.
Ahora, a mis 49 años, tengo que reconstruir mi vida condicionado por estas limitaciones y por el rechazo general que suscita nuestra enfermedad, pero no me pienso dar por vencido; ya que he llegado hasta aquí, pienso seguir hasta el final en la búsqueda de la paz interior y el máximo de felicidad.
Os invito a todos a que hagáis lo mismo. Aunque hemos visto caer a muchos por el camino, nosotros estamos aquí y no podemos eludir nuestra responsabilidad.
Pensad en la cantidad de gente con VIH/sida que no disfruta de tratamiento y en las nuevas transmisiones del VIH que se siguen produciendo.