Cuando supe que tenía el virus del sida fue como el final de mis días. En aquel momento era como una sentencia de muerte.
Hablé con mi mujer acerca del problema, y al principio se resignó y aceptó que siguieramos juntos (por los hijos). Pero después de esto ya nada fue igual. Ella cambió, empezó a salir con sus amigas, a tomar alcohol, etc.
En 1990, decidí que la separación era lo mejor. Entonces, comencé a vivir con un hombre divorciado y traté de llevar una vida más sana. Me hacía chequeos médicos cada tres meses, y empecé a tomar medicación para tratar el VIH. Por aquel entonces, sólo existía la zidovudina. Cuando aparecieron los cócteles de medicamentos comencé a tomarlos, si bien me traían muchos problemas (efectos secundarios).
Como tenía un un recuento de CD4 por encima de 1.200, mi médico me aconsejó que dejara la medicación por un tiempo, a ver que pasaba. Al bajar a los 350 CD4 volví a tomar medicamentos antirretrovirales otra vez, pero ya los más nuevos que había.
Han pasado más de tres años y mi recuento de CD4 todavía está en los 500. Eso me da esperanzas de que, tal vez, muera de viejo y no por el problema crónico del VIH.