Fue entonces cuando, ese 3 de octubre, me dirigí a realizar tal estudio. 48 horas después me llamaron para decir que mi muestra de sangre era insuficiente, que fuera al laboratorio en ayunas al día siguiente. El día 6 de octubre entré al laboratorio, me anuncié en la mesa de entrada y, sin pedirme nada más que el nombre, me dijeron que me sentara, que me llamarían.
La gente ingresaba y la llamaban antes que a mí. Esperé casi 40 minutos a que me llamaran. De pronto salió una doctora con una mirada rara, como triste: “Acompáñame por acá, que este consultorio es más cómodo”. Entré y cerró la puerta, se sentó y miraba los papeles con esa cara de que algo no estaba bien y fue cuando escuché la oración que a todos nos causa miedo: “sos VIH positivo”.
Entré en un mar de lágrimas, creí que moriría pronto, en lo único que pensaba era en mis dos hijas, ya que soy separada. Tengo 2 muñecas de hijas. Con tan solo 29 años pensé que la vida terminaba y ellas quedarían solas. Creo que estuve algo más de una hora llorando sin parar, sentada en el piso de ese consultorio.
Me mandaron hacer la prueba confirmatoria del VIH [Western blot] y 6 horas después volví para que me dijeran que sí, que era VIH positivo. Hice preguntas muy raras y duras a la doctora, por ejemplo, si podía abrazar a mis hijas. Ella, con todo el amor del mundo, me explicó que sí, que la podía abrazar, bañar, cuidar, que nada las pondría en riesgo. A los pocos días, hablé con mi ginecólogo y me mandó a ver a mi infectólogo, persona increíble en esta tierra. Entré hecha un trapo a su consultorio y comenzó todo lo correspondiente: estudios, esperas, preguntas, respuestas a cada cosa que pensaba. Pero sobre todo me daban charlas para que entendiera que mi vida recién comenzaba y fue ese día que escuché la frase que me salvó la vida: "Ahora vas a disfrutar la vida el doble, cada detalle lo vas a ver con otros ojos". Y así fue.
Comencé mi tratamiento un 4 de enero. Mi primer objetivo era ser indetectable y fui en busca de eso. Con el pasar de los días cada vez entendía más y más la frase que me dijo ese día. Me hice sensible ante sentimientos que antes pasaba de largo, cambié de trabajo para poder estar más tiempo con mis hijas. El orden y la limpieza dejaron de ser una tarea de hogar para ser la forma de mantenerme sana.
Empecé a sonreír y volví a cantar a escondidas como solía hacerlo cuando estaba feliz antes del diagnóstico. Todo volvía a la normalidad día a día. Tomé una decisión y hoy, casi 8 meses después, sigo con la misma forma de pensar. Esto lo voy a hacer sola. No le conté a nadie más que a mis médicos. Hoy ya soy una persona indetectable, sana, feliz y llena de proyectos y sueños.
Si estás leyendo esto, querría compartir con vos que se puede vivir, ser feliz y, sobre todo, ser amado con el VIH. No somos un peligro ni una bomba de tiempo, somos como todos los demás habitantes de la Tierra, con la única diferencia de que podemos ver la vida mejor que otros, disfrutar cada día al cien por cien.