Decidí contárselo a mis papás cuando ya tenía 18 años. Ese día lloré como nunca había llorado. Era una pena tan grande que tenía al ver a mis papás llorar. Ellos se lo tomaron bien y me dijeron que me apoyarían siempre porque me amaban y mi papá me dijo una frase que siempre recordaré: "A mí no me duele que seas gay, pero lo que sí me dolería es que un día llegues y me digas, papá estoy enfermo".
Yo me había cuidado siempre por miedo al VIH, pero hace un año me empecé a sentir muy mal: dolores de cabeza, dolor de estómago, inflamación de un ganglio linfático…
Iba al médico, salía de una y empezaba con otra, hasta que nadie sabía lo que tenía. Me enfermaba de la nada. Un día me dijo un doctor: "Es depresión".
Ni yo me lo creía, pero eso le decían a mis papás. Yo decía: “Papá, no es depresión. Tú me crees que no tengo depresión, ¿cierto?”. Y él me respondía: “Sí, hijo, yo te creo”.
Hasta que a un doctor se le ocurrió hacerme el temido test de Elisa y salió positivo. Yo no lo podía creer, me parecía imposible, ya que yo siempre me cuidé, cómo iba a tener el VIH. ¿En qué fallaron mis papás, que siempre me decían que me cuidara?, ¿en qué falló el colegio si siempre yo fui a los mejores?, ¿en qué fallé yo?
Y claro, yo pensaba que el VIH se transmitía solo por la penetración y no era así. Yo solo tuve sexo con una pura persona y no hubo penetración, pero ¿cómo era posible? Hice memoria y claro el intercambio de líquido preseminal cuando juntamos nuestras partes.
La verdad es que el mundo se me vino abajo, lo único que hago es llorar, llorar y llorar preguntándome por qué a mí. Si me cuidaba pero, ¿por qué a mí? ¿Por qué fui a buenos colegios? ¿Por qué yo decía que nunca tendría el VIH?
El VIH no discrimina y aunque yo tome medicamentos sé que moriré de Sida. Lo único que quiero con esto es que se cuiden, usen condón desde el primer momento porque no es fácil estar viviendo con el VIH.