A las dos semanas de la boda, perdí el embarazo. Me ingresaron en una clínica para realizarme un legrado y me hicieron las analíticas de rutina para embarazadas. Al día siguiente, entró un médico en la habitación e hizo salir a mi esposo y mis amigos. A día de hoy todavía me sorprende la forma que tuvo este doctor de decirme que había dado positivo al VIH, y más habiendo perdido un embarazo hacia unas horas: tacto cero.
"¿Ya sabes que tienes el sida?", me dijo. "¡No!", le respondí. "Bueno, pues te dio positivo, ¿pero seguro que no lo es…? Tienes que hacerte otra prueba, ¡pero seguro que no tienes nada!", me indicó a continuación -yo alucinaba-. "¿Quieres que hable con alguien de tu familia?", añadió. Le dije que no y se fue.
En ese momento, pensé que se me venía el mundo encima; ¿cómo este médico me estaba diciendo esto? ¡Y encima, seguro que era un error! Entró mi esposo y se lo dije. Se quedó blanco, se lo explicó a sus amigos que esperaban fuera de la habitación.
Luego, volvimos a casa y hablé con mis padres; por suerte, son muy abiertos y siempre me apoyaron e hicieron todo lo posible para que estuviese bien.
Me realizaron la segunda prueba en cinco lugares distintos, claro que en todos dio positivo. La que me hice porque me lo pidió la familia de mi esposo fue la más terrible: ellos no lo aceptaron nunca. Tenían una amiga que era bioquímica y les dijo que me moría, que la infección por VIH estaba muy avanzada.
En Argentina, hoy en día sigue siendo muy duro ser seropositivo. En ese momento, mi carga viral estaba en 7.000 y mi nivel de CD4 en 800. Ni idea de cómo son las cosas. ¿Me moría con 7.000 copias? ¡Anda!
Pero bueno, este fue un caso aislado, porque en el resto de clínicas donde acudí me atendieron muy bien; nos dieron muchísima información. ¡No me moría ni a palos!
A los pocos meses, mi esposo, muy mal aconsejado, no me dejo entrar más en casa -sí, sí- y me puso una demanda por haberlo engañado para casarme. Me dijo que yo ya sabía que tenía el virus. Después de ir muchas veces a diferentes laboratorios, buscando una analítica que no existía, tuvo que desistir… pero el mal estaba hecho.
Me tuve que ir de la ciudad: esas miradas raras, la discriminación, el aguantar que mis amigas escondieran las máquinas depiladoras, las cuchillas y las toallas cuando iba de visita…
Casi sin pensarlo, me vine a Mallorca, pasé página y decidí seguir con mi vida tal como la había planeado. Era el año 2002. Aquí, en el hospital encontré muchísimo apoyo. Decidieron iniciar el tratamiento. A los tres meses ya estaba indetectable, y hasta hoy, nunca he tenido enfermedades oportunistas. Siempre seguí al pie de la letra la terapia, a pesar de los vómitos, las diarreas, etc., que provoca.
Cuando empezaba a estar bien psicológicamente, apareció mi esposo pidiendo perdón. Le di una oportunidad, a pesar de todo. Él nunca quiso vivir en España, despotricaba todo el día de estar aquí. Tenía una particular forma de presentarse: "Hola, yo soy fulano, mi mujer tiene VIH!"… así a todos los que conocía. Me dolía que lo dijera, ¡era yo la que tenía que decidir a quién contárselo o no!
Habíamos hecho un grupo de amigos estupendo (uno de ellos es hoy el padre de mis dos hijos). Con el tiempo, ellos me confesaron que tampoco les gustaban nada las formas que tenía mi esposo hacia mí. Fueron mi gran apoyo cuando, por fin, me armé de coraje y dejé a mi esposo (mi ex, ahora). Le pedí el divorcio de un día para otro. Cuando se lo dije, sentí una liberación tan, tan grande… ¡me sentí feliz!
Habían sido siete años muy raros. Como ya les conté, nuestros amigos me apoyaron mucho; uno de ellos tanto, que nos enamoramos. Tuvimos una niña, que hoy tiene 16 meses. El mes pasado le dieron el alta, ya no tiene anticuerpos. Hace tres meses nació el niño; ¿pronto, no? Lo preferí así. El niño está muy bien, negativizado. Tendrá que hacerse analíticas hasta que, como su hermana, de negativo en la prueba de anticuerpos.
Ambos nacieron de parto natural, y son hermosos y fuertes. Claro que en el parto me administraron AZT por vía intravenosa como profilaxis. Durante los embarazos, también tuve que cambiar de medicación, pero todo fue muy bien.
Estoy feliz por cómo me cambió la vida en estos diez años.