Mi médico de cabecera me dio el resultado, pero antes me había preguntado si era homosexual varias veces: yo le paré los pies por hacer preguntas que no procedían. Entonces me dio el resultado de golpe, con mucho desprecio. Me hizo un poco de interrogatorio arrogante, sin la más mínima intención de ayudar, preguntando a qué me dedicaba, qué hacía, dónde vivía… En ningún momento me preguntó cómo me encontraba. En total, me dedicó unos dos amables minutos hasta que, al final, me dijo que me hacía una derivación par ir a un “médico internista”, que allí ya contaría la verdad de todo (aquí terminó el interrogatorio), y que, mientras, me fuera tomando ansiolíticos para calmar mi espera. Me abrió la puerta de la consulta y, gesticulando, me invitó a que saliera de ella. Entregué un papel en un mostrador y me dijeron que, antes de dos meses, me avisarían para darme cita.
Lo primero que hice fue ir a hablar con mi novia y le conté lo sucedido. Se le cayó el mundo encima por la mala noticia, y yo le dije que una frase del expresidente de EE UU Dwight D. Eisenhower era la forma más correcta para explicar mi actual situación: “Y es que las cosas son más como lo son ahora de lo que nunca lo fueron antes”. Mi novia fue a hablar con mi doctor al día siguiente, y le pidió que, por favor, la cita con el médico internista me la hiciera urgente, y no por la vía normal. La atendió a gritos y le dijo que la vida era muy dura y que las consecuencias se pagan -condenó-. Chillando la echó de la consulta y la siguió voceando en los pasillos. Le dijo que eso no era ninguna urgencia, al igual que el cáncer, que tampoco era una urgencia.
Desde ese momento, me empecé a poner muy nervioso, me sentí desatendido completamente. Por mi cuenta, pedí ayuda a una persona que trabaja en un hospital, y me hice una analítica para poder valorar mi actual situación. Los resultados fueron: una carga viral de algo más de 220 millones de copias/mL, y unos CD4 ya muy tocados.
Nunca la muerte me había acariciado de tan cerca. Comprendí que mi vida estaba en peligro; mi percepción, pues, era ya de riesgo de muerte inminente. Adopté rápidamente una estrategia de emergencia: Primero, quise quedar bien con las personas que me habían confiado los trabajos que estaban en curso. Aceleré mi velocidad, y con un pie inmovilizado por una fractura, empecé y terminé en un tiempo récord las faenas en curso. Los compañeros del sitio donde trabajaba me preguntaban si me pasaba algo, porque cogí un ritmo de trabajo sin precedentes y mi cara marcaba la tristeza y los ojos ya estaban muy rojos de tanto llorar.
Segundo, fui al notario a pedir hora, para preparar ya las últimas voluntades. Así pues, hice el testamento. Tercero, le dije a mi novia si se quería casar conmigo, pero que tenía que ser rápido, antes de 30 días, para que pudiera ella, por lo menos, cobrar la prestación de viudedad. Dijo que sí con celeridad, pero no por este último detalle de la pensión. Cuarto, fui a la iglesia y le conté al cura que mi problema causaba mucha incertidumbre y que mi vida estaba en peligro, pero no le expliqué que tenia el virus del sida. Me hizo un hueco para al cabo de un mes. Quinto, fui al banco para deshipotecar unas fincas del registro de la propiedad que ya tenía pagadas, para así dejar que la sucesión fuera más fácil.
Esperando, esperando esa cita que nunca llegaba, me puse muy nervioso y empecé a indagar por mi cuenta y revisar las medicaciones de las farmacéuticas que había disponibles en esos momentos. En años anteriores, ya me había informado de qué farmacéuticas hacían investigación en VIH/sida, para la compra de acciones, y encontré con rapidez los datos. Fui a parar directo al remedio, pero entonces comprendí que haría falta un seguimiento y unas analíticas.
Mi percepción era ya de pánico, me sentía más solo que nunca. Entonces, delegué en mi novia para que me hiciera todas las gestiones como si fuera su propia vida. Yo necesitaba ya representación ante esas instituciones tan agrias que tenemos. Empezó a llamar a todas las instituciones, una de ellas fue la línea del Sida, ese teléfono 900. La atendieron muy bien, pero con ciertas limitaciones de recursos. Le comentaron que no podíamos hacer nada más que esperar esa cita del médico internista y que había un protocolo a seguir.
Por suerte, una organización no gubernamental nos dio cita pronto: un médico especializado de la ONG nos atendería. Y sí, pasados dos días, fuimos allí. Recuerdo aquel momento en que bajé del tren y crucé andando media ciudad llorando. Allí me atendieron de una manera estupenda, sin juzgarme ni condenarme como hicieron en el ambulatorio. Recibí una ayuda adecuada a mí, unas explicaciones técnicas, y con eso ya me sentí mejor. Fue como si me hubieran “puesto en circulación" de nuevo. Hicieron las gestiones para que entrara en un hospital especializado en VIH/sida. Me cogieron de la mano y me dijeron que no me iba a morir, que me lo quitara de la cabeza. Me ofrecieron apoyo psicológico y emocional. Por suerte, a mí no me ha hecho falta, porque solo necesitaba ayuda especializada y un poco de humanidad, y cómo no, información técnica. Con eso, yo ya me recuperé anímicamente de golpe.
Ahora, recibo atención en un hospital. Ya me he casado, espero una hija, y tengo ganas de tirar para delante de nuevo. Es una lástima no haberle podido contar a nadie que tengo VIH, solo lo sé yo y mi esposa; y eso que tengo muy buenos amigos, pero he comprendido que ellos no me pueden ayudar. En cambio, yo sí puedo ayudarlos y eso me reconforta más que no la compasión que me puedan ofrecer a mí.
Muchas personas necesitan de mi ayuda, que muy gustosamente voy a seguir brindándoles mientras me sea posible. Soy muy activo y muchas personas confían en mí, amigos y clientes. Esto me ayuda a continuar también.
Mi mensaje, lo que quiere transmitir, es la reacción que causa en una persona el hecho de ser mal atendida asistencialmente y las extrañas reflexiones que un individuo puede plantearse cuando le dicen que tiene VIH. Y es que las personas tenemos que ser bien tratadas, tengamos lo que tengamos. Todo el mundo se merece un trato digno. No debe ser en el fondo una cosa tan vulgar como el dinero lo que decida quién se merece vivir y quién no. Yo, hasta ahora, he hecho mucho para la sociedad, incluso para mi país, como empresario y también como persona, y voy a seguir haciéndolo. Estos momentos de crisis son muy difíciles, pero lo son para todos.
Espero y deseo que empresas, médicos, investigadores y también ONG sigan investigando y trabajando en el VIH/sida, porque si empezamos a recortar gastos en este ámbito, entoces, ¿quién va a querer invertir tiempo, dinero y esfuerzo en una cosa tan difícil como es el VIH/sida si al final no hay nada que ganar?