Lo supo toda mi familia, mis hermanos y mis padres, pero lo entendieron.
Estuve dos años sin salir de casa. Me sentía un bicho raro. Un día, como tenía ganas de hablar, se lo expliqué a una amiga, bueno, una conocida, de cuando teníamos 14 años. Entre tres, ella y dos tíos, me dieron una paliza y llegué a mi casa llena de moratones. Decidí, pues, no contarlo nunca más.
Hoy en día, voy a una asociación de Alicante sobre el VIH. Ahora, lo digo siempre. Hay que decirlo: lo que me pasó fue solo cuestión de mala suerte. En mi vida, he encontrado a personas que lo cuentan y desaparecen, pero también a gente que vale la pena conocer y lo entienden.
Podría decir más cosas, un libro podría escribir, pero eso de teclear… pues no es lo mío.
Bien, un saludo a esa peña fuerte.