Vivo con mis padres, ya que soy estudiante universitario a tiempo completo y aún no puedo valerme por mí mismo. Ellos no saben que vivo con VIH y, aunque me siento muy solo por el hecho de no contar con su apoyo, prefiero no darles esta carga tan grande.
Hoy por hoy, sigo siendo la misma persona que antes del diagnóstico. Tengo amigos, voy al cine, salgo de fiesta, etc. Me cuido más -claro-, como más sano y hago deporte. Dejé de fumar y ya casi no tomo alcohol (de vez en cuando una cerveza, nada más). Mi doctor dice que aún no necesito los antirretrovirales, lo que me relaja un poco.
Puedo decir que la mayoría de mis días son buenos; a veces, no puedo evitar sentirme triste por el diagnóstico, pero basta que piense que ya no es la enfermedad mortal de hace 20 años atrás, y todo se arregla.
A las personas recién diagnosticadas puedo decirles que se den el tiempo de llorar y de estar tristes. Yo creo que es necesario liberar la pena y la rabia que trae consigo un diagnóstico tan importante como el del VIH. Pero no deben quedarse ahí: tómense el tiempo que estimen conveniente, pero no se queden en esa etapa. Tarde o temprano se van a dar cuenta de que el mundo sigue avanzando y de que debemos avanzar con él.
Quisiera dar las gracias a las personas que se dieron el tiempo de leer mi testimonio, como también a las personas que han mandado el suyo propio a esta página. Han sido, en más de una ocasión, un gran apoyo en la distancia.