Las úlceras eran recurrentes, una semana se iban para regresar a la siguiente, por lo que recurrí a varios especialistas, dermatólogos, reumatólogos, gastroenterólogo. En fin. Ninguno de ellos apuntaba que fuera el VIH, puesto que solo tenía este síntoma, no tenía diarreas, ni fiebres, y gripes, dentro de lo normal.
En fin, mi fuerza se mantenía, seguía con mi rutina de ejercicio normal, sin notar fatiga, todo transcurría igual con las úlceras. Mi sangre estaba dentro de parámetros normales, eso es lo que me decían los médicos. Todo bien: conteo de glóbulos y plaquetas bien, solo la hemoglobina ligeramente por debajo de lo normal, pero sin llegar a ser anemia.
Según los médicos, todo marchaba igual y ninguno me encontraba solución a las úlceras, incluso me hicieron una biopsia de lengua y todo normal. Solo tenía cándidas normales que abundan en la cavidad bucal. Yo me timaba remedios caseros y batallaba horriblemente para comer cuando aparecían las úlceras. Al llegar al mes de diciembre del 2017 comencé con vértigo, sueño, incontinencia urinaria y fecal, lo cual ya me pareció extraño, por lo que acudí a un médico y me hice los tradicionales exámenes de sangre, biometría y química sanguínea. Los resultados seguían prácticamente iguales, con hemoglobina ligeramente baja, pero ahora mis plaquetas estaban muy por debajo de lo normal. Pero no vi signos de alarma en el médico, de hecho, solo me recomendó multivitamínicos.
Tiempo después continuaba con daños neurológicos, vértigo, inestabilidad, vómito, letargo, pero nada de fiebres, ni diarreas, solo plaquetas bajas y hemoglobina ligeramente baja. Después, en una reunión familiar encontré a una persona que no veía hacía tiempo. Me dijo: “¿Qué te pasa?, tú no eres así, no eres el mismo”. Entonces me llevaron a un médico que conocían, quien me tomó las constantes y los signos. Traía presión baja, posteriormente me senté en una silla y el médico me dijo que me pusiera de pie y caminara. Observó que me puse de pie y caminé no recto sino desviado hacia la izquierda. Enseguida me dijo que fuera a realizarte una radiografía del cerebro, que tenía algo allí.
Y efectivamente, la tomografía mostró lo que en términos médicos se llama hematoma subdural, que es un derrame pegado al cerebro, que al inflamarse lo va comprimiendo, van degenerando las funciones básicas y se desarrolla hasta el coma y después la muerte.
Enseguida, tras este examen, ingresé en el hospital para estar prácticamente inconsciente por 4 días, solo abría los ojos para intentar comer y ver quién me visitaba. En fin, estuve ingresado 22 días, bajo tratamiento y no requerí de cirugía, por lo cual me dieron de alta. Pero salí con inestabilidad, vértigo, problemas para caminar, con caídas, déficit visual. Me sentía como un zombi, porque mi entorno lo veía sombrío.
Total, después de recurrir a neurólogos y de realizarme posteriores radiografías de cerebro, seguía sin ser diagnosticado, y es que ni siquiera yo pensaba que tenía el VIH, puesto que no soy promiscuo y tengo solo una pareja desde hace 20 años.
Decidí realizarme la prueba rápida [del VIH] junto con mi pareja, y resultó que los dos éramos positivos. No busqué culpables ni mi pareja tampoco, dado que es mi única pareja y nunca he sido promiscuo. Enseguida acudimos a consulta -ya con el diagnóstico- para comenzar con el tratamiento y asimilando la enfermedad.
Después, me vinieron más complicaciones neurológicas, con diagnósticos realmente alarmantes, disminución del campo visual, inflamación del cerebelo y, después, leucoencefalopatía. De hecho, con este diagnóstico, el neurólogo, al ver el resultado de la resonancia magnética, me preguntó si hablaba, y le respondí: “¿No me estás escuchando?”. Me daban unos diagnósticos sumamente graves.
Me hicieron varios exámenes para descartar por ejemplo virus JC, toxoplasmosis, todos ellos negativos. Ya entonces, por cómo me sentía, pensé que no mejoraría nunca, pero seguía con los antirretrovirales y puse mi vida en manos de Dios. Gracias a Él pude mantener mi nivel de vida haciendo trabajos desde casa y no tuve penurias. Además, mi pareja es totalmente dependiente de mí por tener problemas de adaptación social. No trabaja, así que tenía recomendado reposo absoluto.
Me extrajeron una muestra de sangre, pero no me dieron los resultados (carga viral, conteo de CD4, etc.). Mi salud corría peligro, según los médicos. Podía sufrir contagios por exponerme a la gente. A la par, tuve consultas con una psicóloga, era para aceptar mi enfermedad. Pero yo, gracias a Dios, siempre encuentro en mi interior la solución a mis conflictos emocionales. Sí me derrumbé al platicar con ella, porque hasta la fecha mantengo mi enfermedad en secreto por mi pareja y sus conflictos emocionales, ni mi familia lo sabe.
Hasta el día de hoy. Estoy –creo- mejor que antes, soy indetectable, ya que me apego a mis medicamentos al pie de la letra, porque asumo que mi vida depende de Él. Creo, sin saber, que estaba infestado del virus hasta en mi cerebro. El neurólogo me dio el trágico diagnóstico de leucoencefalopatía por el VIH. Me decía desconocer cómo evolucionaria, mi único tratamiento era continuar con los antirretrovirales.
Tuve un peregrinar muy difícil entre especialistas, luchando a veces con el estigma que existe aún por el VIH, manteniendo mi situación en total secreto. Me siento mejor, mis funciones neurológicas mejoraron, incluso recuperé mi voz para cantar -está mejor que antes- y lo extraño es que mis ideas y pensamientos están más claros que nunca.
En conclusión, los médicos no son magos, sus diagnósticos dependen de la sintomatología que manifestemos, y se apegan a lo que en teoría son signos de la enfermedad [del VIH]: fiebre, sudores nocturnos, diarreas, adelgazamiento. Pero mi sintomatología distaba de estos signos, de hecho, ningún médico me identificó la causa del hematoma cerca del cerebro. Pero yo, sin ser médico, creo que se trató de un derrame por las bajas plaquetas.
Ahora, lucho por salir adelante. Viví un verdadero vía crucis, pero lo importante para mí fue que nunca tomé con miedo ni alarma los diagnósticos de los médicos, que eran desalentadores. Nunca perdí mi espíritu de lucha, que heredé de mi madre.
Sigo sin poder mencionar mi enfermedad por el miedo de mi pareja. Ninguno de los dos tenemos signos de enfermedad alguna, pesamos 81 kilos y medimos 1.80 metros aproximadamente. De hecho, mis plaquetas y hemoglobina se normalizaron, solo curiosamente mi primer conteo de CD4 estaba en 174 y mi segundo en 152, cosa que se me hace ilógica, ya que al no estar invadido por el virus debieran ir en incremento.
En fin, ánimo y fuerza para todos, la vida continua, y siempre hay que mostrarle nuestra mejor cara.