Fue para mí algo espantoso porque nunca me esperé infectarme de esa forma. Siempre pensé que me infectaría en algún trío, en alguna orgía, o en algún video o sauna, mientras tenía sexo en la oscuridad, pero no fue así. El VIH, entró en la comodidad de mi cama, con alguien que amaba, que tenía 18 años, después de invitarlo a almorzar.
Mi vida, es como la vida de esas típicas novelas mexicanas, de mujeres provincianas que van a la gran ciudad a trabajar de lo que sea. Solo que yo no me casé con ningún rico, al contrario. Tantas decepciones amorosas hicieron que fuera promiscuo y me hicieron creer menos en el amor.
Generalmente me cuido cuando tengo relaciones sexuales, pero cuando cumplí con el rol de activo, fueron sensaciones y sentimientos mezclados que no pude evitar.
Me infecté después de navidad. Yo había llegado de mi tierra, y me sentí el doble de solo y triste que antes. Sentí que había fracasado, frente a mis parientes que tienen su vida más ordenada y sus familias ya hechas con hijos y perritos.
Me sentí muy apartado por ser homosexual y sentí que no tengo mayor importancia en mi casa. En realidad para ellos ya estaba muerto sin tener VIH. Todo lo que hice apenas llegue fue llorar, follar, llorar, follar y follar.
Perdí la cuenta después de 5 personas. Pero después de poco conocí a un joven de 18 años, hermoso. Fuimos a la piscina, lo llevé a comer, conversábamos en la parada del autobús mucho tiempo.
Iba a verme solo por momentos, lo dejaba plantado y aun así insistía, era muy cariñoso. Después de aproximadamente un mes, vino a verme, fuimos a comer y comenzó a llover lo llevé a mi casa porque estaba cerca.
Se sacó la ropa mojada mientras esperábamos que pasara la lluvia. Nunca imaginé lo que podía sentir por él en ese momento, ni las cosas que me pasaron por mi mente. No sabía lo que me pasaba, solo me dejé llevar. Tuvimos relaciones sexuales dos veces, las dos veces más caras de mi vida.
Me escribió a la semana siguiente a la una de la mañana y me dijo: “Tengo que contarte algo… tengo VIH”.
Yo le llamé llorando. El mundo se me vino abajo, no sabía qué hacer, no quería culparlo, no sabía cómo reaccionar. Me di cuenta de que él había sido muy desconsiderado al no avisarme de su situación. Me dolió mucho que ya conocía que tenía VIH, pero no me lo hubiera dicho.
Después hablamos y me explicó que era por temor a que lo dejara, que no sabía cómo decirme, que esto y lo otro.
Esa tarde me hice una prueba rápida y salió negativo, pero sabía que era muy poco tiempo para tener un resultado real. Esperé tres angustiosos meses contados día tras día, y la prueba dio positiva.
La forma en la que me enteré, las palabras del doctor, todo fue con una normalidad que me aterraba. Tan rápido y tan silencioso. Después comenzamos a reír con el doctor, me comentaba de sus pasatiempos y algunos problemas de la profesión, cuando salí me dije a mí mismo: “Tú sabías que algún rato ibas a caer, pero con un joven de 18 años, y siendo activo. No ahora sí que me pasé”.
El tiempo pasó y preferí no volver a hablar con el joven que me infectó. En realidad preferí no volver a hablar con nadie. Preferí ser ordenado y hacer todo lo que se supone que debería hacer.
Hasta que recibí una visita, era Juan, mi ex, él tiene 34 años. Le conté que tengo VIH y me llevó a vivir con él.
No sé si deba terminar mi historia con un típico mensaje, o si esté en la condición de hacerlo, pero pienso que todo tiene un comienzo y todo tiene un fin. Mi fin volvió a ser Juan y mi comienzo el VIH. No es que lo haya superado, tampoco digo que no ame ni agradezca a Juan. Solo espero que esta vez sea correspondido, y como me dijo Juan en algún momento: "La vida con VIH, o sin él sigue siendo dura".
Espero que sirva mi historia. Muchos abrazos a todos.