Tener el VIH no mata, no saberlo sí

Julián

Siempre me cuidé, siempre, pero se rompió el condón y no me di cuenta. Él era un hombre de bien, deportista conocido, nunca lo hubiera imaginado.

A los 15 días exactos tuve síntomas. Dentro de mí sabía que algo había cambiado. Tuve una pesadilla en que un árbol crecía dentro de mí y rompía todo y me despertó de la cama, con fiebre y fuerte dolor de panza.

Me levanté y fui al sanatorio, donde me internaron por deshidratación. A las horas una médica me dijo: "tenés que ser fuerte, tu examen de VIH dio positivo" y me abrazó. Rompí en llanto como un niño, pensé en mi mamá (no sé por qué pensamos en ellas primero, como que decepcionamos a lo más querido), pensé en el chico que gustaba de mí y en qué pensarían los otros.

Me internaron por tres días, más que nada para recibir contención. La muerte pasó a ser un pensamiento casual y, obviamente, las imágenes del sida de los 80 eran constantes en mi cabeza, con una canción de Queen, la escena era sumamente dramática, como una serie de Netflix.
Pero comencé a tomar la medicación, primero unas pastillas alemanas, y norteamericanas que me ponían amarillo, me mareaban y me hacían caer el pelo. Luego unas argentinas que son geniales, cero efectos secundarios.

Ahora soy indetectable, me puse todas las vacunas y anoche, después de un año, tuve un encuentro sexual, salgo de fiesta, me veo bien. La vida sigue, gracias a los avances de la ciencia, gracias a los gais que en su momento lucharon por la medicina, la cual avanza, pronto tendremos tratamiento con vacunas.

Sé fuerte, valiente, convierte en un guerrero. En mi caso mantenerlo en secreto me hace fuerte.

Disfrutemos y honremos la vida, por vos, en memoria de esos que lucharon por nosotros, y también por los tuyos. La vida sigue. Tener el VIH no mata, no saberlo sí.

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