Desde mayo del 2006, sé que soy portadora de VIH. Me enteré después de haber tenido a mi segunda hija, que nació en febrero del 2006. Mi primer resultado lo tuve en diciembre del 2005, pero mi obstetra miró todas mis pruebas antes del parto y dijo que estaban bien. Todo comenzó después de haber nacido mi hija. En mayo del 2006, me llamaron y comunicaron que me habían realizado una extracción de sangre durante los días que estuve ingresada tras el parto y que dio positivo al VIH. Mi vida se convirtió en un caos total. No entendíamos nada ni mi marido ni mi familia. ¿Cómo era posible que no me hubieran dicho que no le diera el pecho a mi hija y no tomaran ninguna medida profiláctica para protegerla? Luego, les hicieron análisis a mi marido y a mi hija. Gracias a Dios, mi marido dio negativo, pero mi hija dio positivo al VIH.
Comenzamos la lucha. La ignorancia sobre la enfermedad nos hacía cada vez más débiles; empezamos a consultar con los médicos y a tomar el tratamiento. El inicio fue muy duro. Sufría por lo que tenía que pasar mi hija: no quería tomar los jarabes; yo lo intentaba una y otra vez. Ella corría más riesgos que yo, por ser tan pequeña (apenas tenía 5 meses cuando inicio el tratamiento). Me sentía culpable de la situación y empecé a pensar cómo me contagié. Me explotaba la cabeza de tanto pensar. Estoy segura de que fue con mi pareja anterior. Lo increíble fue que mi marido y yo hacía más de dos años que manteníamos relaciones sin protección, porque queríamos tener un hijo, y no lo contagié.
No fue nada fácil aceptar esta condición, pero pensé en todo lo que yo sentía y jamás desearía que sintiera mi hija cuando creciera. Por eso, empecé a luchar y a investigar la enfermedad, así como a solucionar las dudas con los médicos.
Con todas mis fuerzas voy a seguir luchando porque, gracias a la medicina, a la fe que tengo y al amor por la vida, mi hija es una niña que goza de buena salud, igual que yo. El secreto es VIVIR el día a día, ser responsable y tomar la medicación al pie de la letra, y no pensar en el pasado ni echarse las culpas por lo que pasó.
Tengo a una familia que, en todo momento, nos apoyó, y a un ser maravilloso que es mi marido, quien me ayudó siempre a no bajar los brazos.
Si alguna persona siente que no tiene motivos para seguir viviendo o conviviendo con esta enfermedad, sólo le aconsejo que lo intente, porque si no lo hace, seguramente es porque tiene miedo a ser feliz.
No pierdan la oportunidad de poder tener la medicación gratuita en nuestro país y de seguir adelante, para dar testimonio a otras personas que se sienten en el peor momento.
Si creen que no tienen nada, están equivocados: tienen la VIDA. ¿Les parece poco?