Me di cuenta de que estaba infectada cuando nació mi hija. Ésta enfermó y estuvo a punto de morir. No sabíamos qué tenía, ya que en el IMMS nunca me hicieron análisis prenatales. Por este motivo, mi hija nació con VIH, puesto que le di leche materna durante un mes y no pude evitar que se infectara. Desde entonces, mi hija y yo estamos en tratamiento.
Gracias a Dios, mi actual pareja no se infectó, a pesar de que mantuvimos relaciones durante más de un año. Dios me envió a este ángel de la guarda porque, aún sabiendo lo de mi enfermedad, nunca me abandonó y decidió seguir conmigo hasta el final. Aunque le di la libertad para iniciar una nueva vida con alguien limpio, y pese a que su familia le intentó hacer ver que era mejor que no siguiera conmigo, nunca me abandonó ni a mi ni a su hija.
Él me ha dado apoyo, fortaleza y comprensión para seguir adelante. Mi familia no sabe nada de mi enfermedad y, ante todos mis hermanos -que son cuatro- y mis padres, soy la misma persona de siempre, alegre, relajista y siempre tratando de mirar por los demás y por mantener unida a la familia. Esto me hace sentir fatal, pues sé que, aunque me quieren, sus reacciones pueden ser diferentes, sobre todo las de los familares de mis hermanos. Por esta razón, he decidido ocultarlo hasta que ya no sea posible.
A pesar de todo, mi esposo me pidió tener otro hijo, y tal vez fue una irresponsabilidad, pero lo tuvimos, y, gracias a Dios, con tratamiento, mi hija nació con virus, pero hace dos años fue dada de alta y no está contagiada. Mi esposo se hizo análisis después del nacimiento de nuestra segunda hija y dio negativo. Hoy, mi hija ya tiene cuatro años. Mi marido no se ha vuelto a hacer más la prueba, pues tenemos relaciones sexuales con condón. Sin embargo, a veces tengo miedo de que esté infectado, ya que, en dos ocasiones,lo hicimos sin preservativo porque él me lo pidió. Ruego a Dios que esté bien.
Llevamos una vida feliz, pero a veces noto que mi felicidad es a medias, puesto que me siento demasiado triste y deprimida algunos dias cada vez que cierro la puerta de mi habitación para ir a dormir. Siempre que empieza otro día soy otra; no dejo de pensar en el día en que mi hija se ponga malita y tal vez yo ya no esté. Por ello me siento tan sola, porque tampoco trato ya de compartir con mi marido cómo me siento, dado que mucho ha hecho por mí para que lo siga preocupando.
Por este motivo, recurro a ustedes, para que me den opiniones sobre cómo seguir adelante o qué hacer.
A diario, doy gracias a Dios por la bendición de seguir otro día más al lado de mi familia. Pero tengo fuertes depresiones y descuido a mis hijas y a mi esposo, que son mi razón de ser. A veces, ya no quiero tomar mi tratamiento, me bloqueo y no quiero seguir más. A pesar de llevar ya ocho años con VIH, considero que mi tratamiento no me lo tomo como debería hacerlo, aunque no he tenido en mi organismo ninguna repercusión fuerte por enfermedades. No obstante, siento la necesidad de que me echen una mano, pues siempre me encuentro aislada y sola con mis temores, tristezas y depresiones.
Por favor, necesito ayuda.
Gracias por su atención.