No puedo borrar de mi mente la cara de mi tío después de casi 5 años sin saber de él. Solo recordaba que era algo musculosos, de ojos verdes y bastante simpático. Al verle mi reacción fue de negación. Algo de mí se vino abajo pues él no era mi tío.
Estuvimos juntos con mis padres, había llegado a nuestra ciudad y le queríamos llevar al que era el mejor centro comercial de acá y se negaba a salir. Me daba coraje, no entendía nada. Desde mi ignorancia llegué a sentir desespero y rabia, porque no sabía qué pasaba ni por qué mi tío estaba así.
Lo primero en que pensé fue que era algo personal contra nosotros. Por la noche decidí salir con mis amigos y, al llegar, lo encontré en el sofá llorando. Él al verme se quedó impactado. Yo le pregunté qué le pasaba y me respondió que siempre debía cuidarme. Yo no lo entendía, ¿cuidarme de qué? Insistí muchas veces que me explicara, pero solo me repetía lo mismo.
Al despertarme le dije a mi mamá que mi tío estaba raro, que no entendía lo que pasaba. Además, donde vivo hace bastante calor y le decía que tampoco entendía por qué estaba con buzos que si no sentía el calor. Mi mamá rompió en llanto y me dijo que él estaba enfermo, que tenía bajas defensas y eso le hacía sentir frío. En ese momento fui a mi cuarto y le dejé un buzo que tenía para que se lo pusiera y lloró nuevamente.
Para mí era algo frustrante, no entendía qué era lo terrible, pues el conocimiento sobre el VIH en mi vida era nulo. No lo había ni tocado en la escuela.
Al rato, mi tío viajó y al despedirse de mi me abrazó tan duro que soltó en llanto. Yo le dije: “tío, nos volveremos a ver pronto, ¿verdad? Mejórate”. Dos semanas después murió y me contaron la verdad. Me sentí traicionada por parte de mi familia, sentí que no compartí lo debido. Me habría gustado tenerlo conmigo para darle ánimos, que nada nos queda grande en la vida si así no lo proponemos.
Así que yo les digo a usted que nunca desfallezcan, que la vida y Dios ponen las mejores guerras a sus mejores guerreros.