Recuerdo la llamada del médico diciéndome que hubo un problema técnico y que necesitaban que volviera a sacarme sangre. Por un lado, quería pensar que era verdad lo de "problema técnico", pero por otro lado sabía que algo malo había pasado.
Busqué una excusa para ausentarme por un tiempo en el trabajo y fui al hospital. Allí me dieron la noticia de que el ELISA había dado un valor positivo, sin duda (>400), pero que la viróloga tenía dudas porque la PCR no había detectado la presencia del virus.
Me explicaron que hacía más de tres meses del accidente de exposición y que era posible esta seroconversión tardía (aunque rara) a causa del tratamiento recibido.
Por una parte, quería pensar que todo se trataba de un error y un falso positivo, pero me puse a leer por internet que el ELISA de 4ª generación es tan sumamente sensible/específico que me temía lo peor.
Fui a la farmacia y me compré uno de esos auto-test rápidos del VIH. Dio negativo (solo apareció la banda control). Pero aun así no me quedé tranquilo; hablaba de la ventana inmunológica de 3 meses. Es verdad que mi relación de riesgo fue hace más de tres meses, pero a lo mejor, a causa del tratamiento, mi seroconversión había empezado más tarde y todavía era débil para detectarla en ese tipo de kits.
Mi mente se temía lo peor, empecé incluso a sentir los síntomas de la primoinfección. Me tomé la temperatura y llegué a tener 37ºC. Me dolía la garganta, no comí en todo el día, no pude dormir. Al día siguiente, en el trabajo, no se me quitaba de la cabeza que podía tener el VIH.
Más que pensar en mí, en lo que sería mi vida a partir de la infección, pensaba en mi familia, en cómo contárselo a ellos o a mis amigos. Si debía hacerlo o no. Qué me pasaría en el futuro, si encontraría una pareja que quisiera estar con alguien seropositivo.
Esa tarde llamé a mis padres, a mi hermana, hablé con mis amigos. Empecé a organizar planes para Navidad, puesto que vivo lejos por trabajo. Necesitaba a mi gente al lado mío, pero a la vez no quería decir nada, al menos por el momento. No quería preocuparles cuando todavía no era seguro que tuviera el VIH.
Al día siguiente, no me despegué del teléfono. Quería recibir la llamada del médico que me diera la buena noticia o la peor, quería dejar de tener esta incertidumbre que estaba acabando conmigo.
Por la tarde, me acerqué de nuevo al hospital. Las enfermeras del día anterior me preguntaron cómo estaba; asociaba sus caras de pena a la peor noticia del mundo. Esperé casi una hora a que viniera el médico a por mí. Una hora que se me hizo eterna.
No paraba de buscar en Google cosas estilo “soy seropositivo, ahora qué”, quería conocer el futuro que tendría a partir de ese momento.
El médico llegó y nos fuimos a su oficina. Allí me dio la noticia de que ¡el ELISA había salido esta vez negativo (valor de 0,1), así como el Western blot y la PCR!
En ese mismo momento rompí a llorar como hacía mucho que no lloraba. No podía parar de llorar. Toda la tensión acumulada del día anterior salió de golpe. Estaba feliz, relajado, pero aun así necesitaba llorar.
El médico me pidió disculpas, me dijo que la ciencia no es 100% exacta, que tenían dudas y por eso lo de repetir los análisis.
No estaba enfadado con ellos, no lloraba de rabia, de hecho no sabía por qué lloraba, pero no podía parar.
Al salir de la oficina, crucé el pasillo y las enfermeras estaban esperando que saliera. Las tres enfermeras que me habían atendido durante los últimos 3-4 meses de tratamiento me preguntaron qué tal. Al decirles que todo había sido un error, vi en sus caras la felicidad y volví a romper a llorar. Es increíble la calidad humana que encontré en ese hospital, la empatía.
Sé que los falsos positivos son muy raros y no hay que dar falsas esperanzas, pero haberlos haylos y mi caso ha sido uno de ellos.
Durante estas 24 horas de positivo “dudoso”, he pensado en mi vida y en mi futuro más que en mis 30 años de vida. La vida te puede cambiar en un momento, y siento que la vida me ha dado una segunda oportunidad y desde luego que la voy a saber aprovechar.
Un saludo