Al principio fue doloroso. Estaba depresivo, sentía mucha ansiedad por cómo iniciaría este camino de lágrimas; sin embargo, lo empecé como se debe: visitando al médico para que me midieran el nivel de carga viral y el recuento de CD4.
"Estaba de la chingada". Tenía las defensas muy bajas y el bicho en todas partes. Traté de no asustarme. Inicié la toma de un medicamento y, a los meses siguientes, estaba indetectable. Es una palabra mágica, que antes en mi vocabulario no estaba presente y que ahora me ilumina mi visita al médico.
Aquí en México no te cobran los medicamentos porque son sumamente caros, sólo las visitas al doctor.
Después de empezar el tratamiento me salió rash. Fue insoportable. Me deprimí. Lloraba y lloraba, no quería ir al trabajo ni salir, pero poco a poco cedió, obviamente. También al iniciar la terapia (efavirenz y Truvada) tuve sueños vividos, como si estuviera drogado, pero esto sólo ocurrió al principio, después se acabó.
El compartirlo con la familia, con los amigos, etc., ha sido difícil; sin embargo, aún estoy vivo.
Actualmente salgo con un chico, que sabe que soy seropositivo.
Lamentablemente, estoy en una etapa en que no quiero disfrutar de una vida sexual placentera, pero sé que se trata de una cosa momentánea.
Ahora sé que no soy el mismo de ayer, que soy diferente, que lo más difícil no es tener el VIH sino hacerse responsable de la propia vida y de la propia salud.
Mis queridos lectores, ojalá les sirva de algo este pequeño relato de un mexicano y que, de manera breve, escuchen una voz que nace desde tierras lejanas.
Les deseo a todas y todos que sean felices, que lo pasen muy bien.
Creo que tal vez no decidimos infectarnos por VIH, lo que sí decidimos es cómo enfrentarnos y vivimos esto.
Por una vida responsable y saludable, me despido de ustedes, mis queridos lectores y lectoras.
…Y pues, que viva México.