Ese sábado era 11 de marzo y, casualmente, el 16 de ese mes es mi cumpleaños, así que era la mejor excusa para que mi madre fuera de Córdoba a Madrid para despedirse de mí antes de estar seis meses sin verme.
Por si el destino no fuera gracioso, ese mismo sábado se grababa la escena de un corto en mi casa, ya que una de mis compañeras (actriz y bailarina como yo) se encargaba de las localizaciones del mismo y nuestra bañera era ideal para grabar una escena de ‘santería’. Como algunos dicen, ‘el arte va por las venas’, y mi madre tenía esa afición truncada por una infancia más represora que la mía, así que le conseguí el papel de santera para que pudiera realizarse. Y, de este modo, empecé ese día, con un equipo de monitores en mi salón, cámaras en mi baño, el director del corto, toda una familia para hacer la escena y con el ligue de dos días de mi otro compañero de piso que, por casualidad, durmió la noche anterior allí y que, al ser peluquero, se encargó de caracterizar a mi madre.
Yo no había dicho a mi madre que iba a por esos resultados, pero al resto de mis amigos sí. En plena grabación, me fui con dos de ellos y recibí las gran noticia: "eres seropositivo". Supongo que cuando te encuentras en una situación tan esperpéntica a tu alrededor, reaccionas de cualquier forma. Yo fui fuerte y empecé a poner las cosas en su sitio. Dejé a mis dos amigos consolándose el uno al otro mientras me ponía en contacto con mi productor para decirle, a dos días de embarcar, que no podía hacerlo pues debía quedarme y empezar a saber cómo tenía que afrontar mi nueva realidad desde el punto de vista sanitario.
Tras esto, hacer la llamada que en mi piso esperaban angustiados no era tarea fácil, sabiendo que, de ser seropositivo, tenían que guardar las apariencias por mi madre, ajena a todo lo que estaba sucediendo. Efectivamente, no todos supieron hacerlo, y mi mejor amigo y compañero de piso se derrumbó, llorando y pegando patadas a una pared (reacción propia de cuando algo te supera). Mi madre preguntaba qué ocurría, y ellos le mentían diciendo que se habían enterado del fallecimiento de un antiguo compañero del colegio.
Yo llegué y actué como si nada estuviera pasando, pues era mi fin de semana de despedida y mi celebración de cumpleaños.
Así que, por la noche, todos fuimos a un garito de Chueca, incluida mi madre, más feliz que una perdiz, pues para ella solo había cosas que festejar.
Lo gracioso es que además convencí dos días antes a mi compañera, la del corto, para que se viniera a trabajar conmigo al crucero, pues también trabajó con ese productor, y así lo hizo; pero ¿cómo explicar a mi madre que ella se iba y yo me quedaba sin revelar la verdad? En ese momento, no era capaz de preocupar a mi madre mientras tenía que restructurar mis planes de vida. Y le hice creer, al día siguiente, que mi productor, con su gran benevolencia y sabiendo que era mi cumpleaños, me permitía quedarme una semana más en tierra, pues el espectáculo que se iba a realizar en el crucero era el último que yo hice con él y yo no necesitaba dos semanas de ensayos. Creé la excusa para que mi compañera sí se fuese y yo me quedara.
El lunes regresó mi madre a Córdoba, mi compañera se fue al crucero y yo me encontraba en Madrid, sin trabajo y sin compañera, e informándome de todos los pasos a seguir en mi nueva condición de seropositivo.
Han pasado cinco años desde entonces. Volví a trabajar como bailarín, pero en una ciudad de costa. Todo estaba controlado y mi madre se había enterado de la situación de una forma mas relajada. Hoy en día estoy otra vez en Madrid, pero voy a volver a intentar trabajar en un crucero (si lo puedo hacer teniendo VIH), ya que he recobrado el control de mi vida y quiero llevar a cabo esa experiencia que se me truncó en el pasado.