Al hablar con la infectóloga me dice muy contenta que los otros exámenes realizados, para verificar el estado actual de mi cuerpo, están todos muy bien, a excepción de la carga viral y los CD4. Esto llevó a comenzar de inmediato la terapia.
Todo este proceso ha sido muy rápido, las malas noticias se multiplican por doquier y sin descanso. Hay días que creo que es todo un sueño, que se equivocaron, pero qué hacer cuando las personas que amas no lo saben por miedo. Cuando me dicen que llevo años con esta enfermedad sin darme cuenta, caigo en la cuenta de que ni siquiera tengo idea de quién pudo haberme infectado.
Lo normal entre la gente siempre es que a uno nunca le pasarán estas cosas. Siempre estaba preocupado de no ser papá, por eso si ella tomaba pastillas anticonceptivas, estaba todo bien.
Si bien, no he permitido deprimirme y tengo amigas que me ayudan en esto, siempre viene a mi mente terminar luego con el sufrimiento.
Hay predicamentos que te motivan a seguir adelante: que esto es una enfermedad crónica como cualquier otra, que si la persona te ama no le va a importar tu condición…, entre tantas cosas que solo me hacen pensar en qué sucede cuando mi condición imposibilita al otro. Cuando la ignorancia nos carcome por dentro y hasta te reprimes a amar y ser amado, solo por el hecho de no enfrentarte a decir la verdad.
Si bien no he dejado de hacer mis cosas –estoy a punto de terminar la universidad y con miras a trabajar y ser exitoso-, la verdad de mi condición aparece a diario como una balde de agua fría y constantemente me invita a vivir una vida de soledad y es esto lo que más quebranta un espíritu de lucha.