Mientras lata el corazón

Andrea

Hola. Hace 24 años que me diagnosticaron VIH. Yo tenía 19… No fueron amables ni contenedores al decírmelo, ¡todo lo contrario! De entrada me dijeron que probablemente en dos años me enfermaría de algo y moriría.

A veces veo en la TV la cara de ese médico que me desahució en un pasillo del hospital y lo escucho hablar de la esperanza de los tratamientos y me pregunto por qué fue tan cruel conmigo. Fue muy feo, me quería suicidar para que mi familia no se enterara. Lo hubiera hecho si mi amiga no hubiera frustrado cada intento.

La reacción fue reventarme noche a noche y no contárselo a nadie, pero después de dos años me enteré que estaba embarazada. Fui al hospital para pedir un aborto y me crucé con la primer persona que me trató bien, que me dijo que no estaba todo dicho, que había posibilidades de que mi hija estuviera bien y, aunque eran pocas, valía la pena intentarlo.

Se lo conté a mis padres y al padre de mi hija (eso fue lo mas difícil ya que también podía haberse infectado) y cambié de vida… El papá se hizo una prueba ELISA y le salió un resultado negativo. Se casó conmigo y tuvimos una bebé hermosa, pero con el fantasma de la muerte y ningún tratamiento disponible. Al año se negativizó y fuimos más felices que nunca( hoy es una bella mujer de 21 años).

Cuando se empezó a medir la carga viral me di cuenta de que tenía poco virus en sangre y con la ayuda del AZT en el 99 me animé a tener otra hija que hoy tiene 13 años y un excelente estado de salud, y sin VIH. Después aparecieron los tratamientos: llegué a tomar 17 pastillas por día. Hoy tomo solo 4… ¡y estoy muy bien! Estudié varias carreras relacionadas con la docencia y soy maestra de dos grados. Trabajo 9 horas por día, llevo adelante mi casa, cuido a mi mamá de 80 años, sigo casada con el mismo hombre (que nunca se infectó) y ayudo a los que me rodean en lo que puedo…

Debo agradecer algo al VIH: me enseñó a darme cuenta de que vale la pena y se puede vivir si realmente querés. Y a esa médica que tuvo la grandeza de convencerme y de cambiar mi historia (y eso que no era infectóloga, era obstetra recién recibida). Gracias a los que leyeron hasta el final y ánimo, ¡mientras lata el corazón siempre hay esperanza! Busquen gente que les hagan bien, recuerden que somos con los otros y nos necesitamos para vivir mejor.

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