Pero estuvimos hablando durante más de dos horas de diversos temas y hasta olvidé mi temor tonto e incrédulo del contacto físico. Ese día no nos transmitimos el VIH/sida pero sí nos contagiamos de buena amistad.
Mi opinión sobre las personas con VIH cambió a partir de entonces. Ahora no tengo ningún tipo de prejuicio hacia las personas que viven con el virus. Son dignas de toda mi admiración, pues confían en la vida y viven con más intensidad los momentos. Son grandes personas que se oponen a las terribles expectativas del destino.
Me gustaría que llegara el día en que estas personas sonrían porque ya tiene una curación para su enfermedad.
Lo pido cada día.