Testimonio: Medio siglo a mis espaldas

Triniti

Hola a todos, depende del estado de ánimo en el que uno se encuentre, así verá las cosas, es lo que yo pienso. Como últimamente no estoy animada, intentaré contar algo de mi historia lo más objetivamente posible, con la intención de no generar desánimo entre los lectores. Fui informada de que tenía el VIH durante el embarazo de mi hija, hace ya 22 años.

La noticia fue impactante; ocurrió cuando mi adicción a las drogas estaba en su máximo grado. Fue terrible, no paraba de llorar, pues no veía la salida. Eran muchos los consejos que me daban y en el que más coincidían todos era en que no tuviera el bebé. Pero no fue así, mi familia me ayudó, nos fuimos a vivir a otra región y, una vez allí, empecé una nueva vida en la que tendría a mi hija.

Fue duro dejar las drogas, pero lo conseguí, ya que comenzar de cero en este tema implica nuevas amistades. Nació la niña, y después de unos meses, se negativizó. Era preciosa y estaba sana. Fue un gran aliciente para emprender un camino supuestamente correcto.

¿El VIH? pues al principio él y yo no nos entendíamos. Yo lo odiaba y lo temía, pues en esa época eran muy pocos los tratamientos para este virus. Vi morir a muchos amigos, y sentí el agobio terrible de pensar: ¿cuándo me tocará a mí?, ¿qué será de mi hija ahora? Fue un período de mi vida indescriptible. Yo atacaba al virus no tomando la medicación, bebiendo y haciendo caso omiso de su presencia, y él me atacaba a mí con enfermedades oportunistas, alguna de ellas seria. Al final, decidimos firmar un pacto de coexistencia pacífica: Yo me cuidé, tomando mis medicamentos, yendo a mis controles, llevando una dieta sana y haciendo algo de ejercicio, y él empezó a dejarme tranquila.

Me subieron las defensas, se terminaron las enfermedades oportunistas. Ahora, todo estaba bien encaminado para una vida feliz. Me saqué el carnet de conducir, arreglé mi imagen, hice unos cursos y encontré un trabajo a media jornada que me permitiera disfrutar de mi niña. Para más "inri", conocí a un chico estupendo –con el que luego me casé– que aceptó desde un principio mi enfermedad y a mi hija sin ningún reparo. Junto a él descubrí un mundo fantástico (ese mundo del que no había tenido noticia alguna al estar abducida por el consumo de las drogas). Fui tremendamente feliz, disfrutando de cosas tan simples como unas navidades en familia, unas vacaciones, una cena entre amigos o tomando un aperitivo la niña, él y yo en un chiringuito a orillas del mar. 

"Demasiado bonito para ser real". Por desgracia, las personas que vivimos con VIH no estamos exentas de todas la situaciones  oportunistas y desagradables que aparecen en la vida. Y en la mía, como en la de cualquier mortal, surgieron. Murió mi madre repentinamente, cuando mi niña tenía dos años. Después de dos felices años de convivencia con mi marido, le diagnostican un tumor cerebral. Estuve a su lado en todo momento y vivió dos años más de los que le habían pronosticado (los demás datos prefiero omitirlos pues son espantosos).

A mis treinta y tantos me quedé viuda y viviendo sola. Seguí luchando, trabajé día y noche para que a mi hija no la faltara de nada, y encontré en el trabajo un refugio para tanto dolor… pero claro, caí enferma y no por el VIH; quizá quise evitar la realidad, no sé… A ello se unió un temido efecto secundario, la lipodistrofia. Aunque me sentía derrotada, con la ayuda de profesionales, lo superé. No sólo no me operé la cara, sino que me juré a mí misma que iría con la cabeza bien alta ante todo el mundo en ese preciso momento.

Asumí mi condición de seropositiva y no tuve reparos en decirlo cuando viniera al caso. Es curioso, pero cuando no se te ve el miedo en los ojos, la actitud de la personas cambia (con esto, no estoy animando a nadie para que lo diga, eso es algo personal). En mi caso, las reacciones fueron sorprendentes. No hubo rechazos importantes, y si se dio alguno, ni me dolió, porque desde entonces soy yo la que dejo que me acepten o no. Soy una persona, y como tal, también tengo derecho a decidir quienes quiero que sean mis amigos y quienes no, al margen de que ellos decidan que soy una persona grata aun teniendo el VIH.

Uf!, me pierdo… y es que ya son más de 50 años los que tengo, y aunque se pasaron rápido, el camino es largo.

Desde la muerte de mi marido, me encerré en mí misma y me dediqué a cuidar de mi hija (que, a día de hoy, está empezando su segunda carrera en la universidad), a trabajar artesanalmente en mi casa (lo que me satisfacía), a ver la televisión y poco más. El VIH siguió a mi lado, sin darme problema alguno.

Después de unos años más o menos relajada, murió mi padre. El terrible dolor de la pérdida de un ser querido reapareció en mi vida. Recaí, pero la cosa no se quedó ahí. En su herencia, además de un patrimonio considerable, me dejó una hermana enferma, que se encargó de poner en peligro todo el usufructo que nos habían dejado nuestros padres. Una vez más, seguí luchando para no perder la herencia y me hice cargo del cuidado de mi hermana, que tiene un serio trastorno mental. Y el VIH me acompañó en mi lucha, sin interferir de forma negativa, más bien diría que le siento como "mi aliado".

Esta historia aún no tiene un final, pues estos últimos párrafos describen mi situación actual, pero sí podría deciros que, con medio siglo de vida a mis espaldas, y un cuarto de siglo con VIH, los dos estamos terriblemente cansados de las puñeteras circunstancias oportunistas que te fastidian la vida. Supongo que seguiremos luchando "como siempre". Pero cada día y cada año que pasa, las fuerzas y las ganas son menores y cuesta, ¡y tanto que cuesta!. Hasta tal punto que, en mi soledad, ya sólo encuentro que si alguien ha estado a mi lado estos últimos años sin darme problemas ha sido el VIH, y si alguna vez lo hace, será para que los dos descansemos de esta dura batalla que es la vida. Me pregunto si estaré loca.

Besos a todos y gracias especialmente a los que hallan leído en su totalidad esta gran parte de mi vida.

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