El médico me recomendó hacerme una prueba rápida del VIH solo para descartar. Por miedo al resultado decidí no hacerla. Pero no hay nada peor que vivir con la angustia… Tenía miedo al resultado. Los siguientes días después de mi primera visita fueron de gran sufrimiento. No dormía pensando en si estaba enfermo o no (tuve relaciones sexuales en una borrachera donde se rompió el condón). Hasta que decidí hacerme la prueba. La noche antes de realizar el test rápido fue la peor. No dormí, solo pedía una oportunidad más a Dios de no estar infectado.
Fue un jueves por la mañana cuando llegué al módulo, con miedo y mucha angustia, la peor angustia que había sentido en mi corta vida. Al momento que me dieron los resultados y vi que era positivo al VIH sentí un gran miedo y una gran molestia hacia mí mismo. Sentí un odio por mí mismo: Le había fallado a mi familia.
Los siguientes días fueron los peores. Lloré como nunca antes había llorado, tuve pensamientos de suicidio. Estaba incontrolable, no quería que nadie supiera nada. Llegué al grado de tomar tranquilizantes para poder dormir y estar bien. Posteriormente mi familia se dio cuenta de que no estaba bien: No salía, no comía, solo lloraba y temía por mi salud. Tenía miedo de tener otra infección. No tenía el valor de comentar qué me pasaba hasta que busqué ayuda.
Hoy en día estoy por iniciar mi tratamiento antirretroviral, pero aún tengo mucho miedo de contraer otra enfermedad. No puedo dejar de pensar en mi futuro. Todavía no puedo olvidar los días antes y después de tener el resultado. No puedo perdonarme el haber contraído la infección y tener que acoplarme al nuevo estilo de vida y saber que dependeré de una pastilla por el resto de mi vida.
Es muy duro y complicado sentir que guardo un secreto a mis padres.
