Mi historia comienza hace un año. Creo que soy una de las pocas personas que sabe con certeza cómo, cuándo y quién le infectó. Fue un 23 de julio del 2007 y lo recuerdo muy bien, porque, después de aquella noche, mi vida nunca volvió a ser la misma.
Antecedentes
Varios meses antes del 23 de julio del 2007 conocí a un chico algo conflictivo, de mundo, de aquéllos a los que les gustan las fiestas; no era drogadicto, pero sí mujeriego. Cuando le conocí no pude evitar sucumbir a sus encantos: era muy guapo. Digo era, no porque haya dejado este mundo, sino porque ahora ya lo veo diferente. Detrás de esa coraza superficial y de juerguista que mostraba a todo mundo yo pude encontrar a un ser sensible, con sentimientos; quién sabe qué problemas emocionales le habían llevado a presentarse tal como lo hacía ante los demás.
Yo, una chica de 26 años, estaba ansiosa por encontrar el amor verdadero, y en esa búsqueda, me conformaba con cualquier hombre, con tal de que me quisiera; esa era mi única condición: “Si me amas, seré tuya de por vida, y me volcaré para hacerte feliz”. En esas circunstancias, carente de afecto y tras una decepción amorosa, iba por el mundo buscando algo que llenara ese vacío que sentía en el alma. Es así como lo conocí y me fue cautivando poco a poco, hasta no querer desprenderme más de él. Fue muy intenso, compartimos muchas cosas, aunque el sexo no era nuestro fuerte: no había química en este sentido. Con decir que sólo tuvimos relaciones tres veces… Le di mi corazón, me entregué al amor que sentía por él.
Al cabo de unos meses de relación, ya había recuperado mi seguridad y autoestima tras terminar con mi ex. Acabé con él pues me di cuenta de que era un chico demasiado inmaduro para mí. No podía lidiar más con su inconsciencia e irresponsabilidad; así pues, decidí concluir la relación. No obstante, al mes siguiente de la ruptura, me perseguía para pedirme que volviera, me decía que me extrañaba. Me llamaba mañana, tarde y noche, hasta de madrugada. Fue un mes y una semana durante los cuales no lo vi tras la ruptura, pero cuando me llamaba por teléfono lo escuchaba mal, tenía una tos bastante persistente -que tenía desde que lo conocí, pero entonces parecía más una alergia o una manía-, se agitaba para hablar, y cada vez se le escuchaba más y más débil. Hasta que un día lo fui a ver. El hombre no era ni la sombra del que conocí: estaba morado por falta de oxigenación, no podía ni caminar. Ese día tan sólo conversamos, le dije que fuera a un médico y me marché.
Volver al 23 de julio del 2007
Nunca olvidaré esa noche, estaba dispuesta a terminar con él, quería un amor bonito, no un bebé grande sin futuro como el que tenía ante mí. Esa noche, en medio de lágrimas porque no nos queríamos dejar, al verlo así de sensible se despertó en mi una pasión que jamás había sentido por él. Quise abrazarlo, cuidarlo, me pidió que nos fuéramos a pasar la noche juntos. Tenía muchas dudas. Quería estar con él pero, a la vez, deseaba mucho irme a mi casa a descansar. Al final, acepté que estuvieramos juntos. Cuando llegamos al hotel, nos metimos en la cama y pasó lo que ya se pueden imaginar, sólo que esta vez no me cuidé, porque estábamos demasiado ansiosos por hacerlo y, teniendo en cuenta que el látex me producía alergia y como no estaba en mis días fértiles, tuve la gran idea de hacerlo sin protección hasta dos veces esa misma noche.
Esa fue la última vez que tuve sexo sin protección, LA ÚLTIMA. Tras ese día, nada fue igual. Al día siguiente, por la noche, comencé a sentir comezón en los genitales, me picaban cada vez más, y después de miccionar, sentía un ardor insoportable. Al tercer día, a pesar de las molestias, tuve que salir de viaje en coche. La ruta era larga y bastante accidentada. Cuando llegamos a nuestro destino, simplemente tenía la vagina inflamada, los labios pegados como con pegamento. No podía ni tocarme porque el dolor era insoportable. Rompí a llorar porque no sabía qué hacer. Estaba en un pueblo, fuera de la capital, donde no conocía a nadie más que a mi familia, que viajaba conmigo. Así aguanté todo lo que pude durante unos cinco días, tomando analgésicos y aplicándome todos los antimicóticos que había, pues pensaba que se trataba de una infección urinaria. Pero algo en mi interior me decía que era algo más.
Tuve que volver en avión directa a visitarme ginecólogo, quien me hizo la prueba del herpes. Por unos puntos dio negativo, pero faltaba nada para salirme de los valores normales. A la semana siguiente, aún con los síntomas que he descrito antes, me repitieron nuevamente la prueba del herpes y, entonces, di positivo. Estuve un mes en cama con un “herpes infernal”, llorando por mi desdicha, pidiéndole a Dios que me perdonara por mi inconsciencia, que me diera otra oportunidad. Sé que el herpes no se cura, pero necesitaba algo que me ayudara a superarlo y a controlarlo, pues no quería seguir en cama. Durante todo ese mes, estuve muy enferma, no comía -todo lo vomitaba-, adelgacé unos siete kilos. Me salió un rush en pechos, brazos y piernas. Estaba tan débil que hasta pararme para ir al baño me resultaba difícil y doloroso. Tras ese mes en cama, recuperar mis fuerzas me costó su tiempo. Los problemas ginecológicos no cesaban, la piel de los labios de la vagina se me desgarraban cuando el doctor me examinaba con el espéculo. En fin, creí que lo peor ya había pasado. Poco a poco, recuperé mi vida.
El diagnóstico
El 30 de agosto, llevamos al chico que les conté al principio de este relato de emergencias al hospital. Mi mejor amigo me ayudó a llevarlo. Yo me demoré un poco hasta llegar al hospital. Lo internaron por neumonía, lo que no me pareció raro con una tos tan intensa y sin curar -porque el muy inconsciente salía de madrugada y tomaba cosas heladas-. Llamamos a su madre. Vi que le extraían una muestra de sangre. Recuerdo que me pregunté en silencio: ¿se diagnostica la neumonía tomando una muestra de sangre?
La respuesta a mi pregunta la tuve el lunes siguiente, cuando mi mejor amigo me vino a buscar al trabajo con cara de haberse metido en problemas. Me pidió conversar y, cuando salimos, me dijo: “Ese día que lo internamos le hicieron el test de ELISA, porque tenía una neumonía atípica, y dio positivo, estamos esperando el Western-Blot.” En ese momento, simplemente sentí un ¡blop! Me recorrió el más terrible de los presentimientos, como un déjà vu. Le pedí a Dios que no me abandonara y corrí al laboratorio más cercano.
Me hice la prueba del VIH. Cuando recibí los resultados les dije a mis dos mejores amigos -mis cómplices en esto- que era seropositiva. Se echaron a llorar. En ese momento, lo que me preguntaba era si llegaría a la menopausia, si valía la pena terminar la maestría, ya que en 5 ó 6 años me iba a morir.
Cuando salimos del laboratorio con mis resultados, mis amigos corrieron de nuevo al laboratorio a preguntar qué podían hacer por mí, que ahora qué se tenía que hacer. Ahí fue cuando dimos con mi doctor, el que ahora me viene tratando. Me enteré de que la esperanza de vida de los seropositivos es más grande con los nuevos tratamientos y que me lo habían detectado bastante a tiempo.
Culpa, rabia, desolación
No podía más que sentirme culpable, pensaba en el "hubiera", en "por qué no lo vi", en que tal vez me pude haber dado cuenta, etc. Me culpaba de todo.
Luego comencé a sentir rabia y desprecio por aquél a quien un día quise y al que me entregué. Sentía rabia sólo de imaginar por qué diablos era tan inconsciente; pensé que él sabía lo que le pasaba. Cómo no iba a darse cuenta de que algo malo le estaba ocurriendo, por Dios, pensaba.
Pero, después, comprendí que eso no servía de nada, que me hacía daño a mí misma, que ya no había marcha atrás y que, ahora, sólo quedaba pensar en lo que iba a hacer con mi vida en adelante.
¿Contárselo a mis padres? De ninguna manera, pensaba. Son personas muy tradicionales, chapadas a la antigua, que han crecido en una sociedad machista, que hubieran preferido que les trajera a un nieto que a un bicho como éste. Así pues, no lo sabe nadie de mi familia, ni siquiera el chico que me infectó. No se lo pude decir porque, hasta la última vez que lo vi, estaba deprimido por su enfermedad, estaba sufriendo. Lo que menos necesitaba en aquel momento era tener más sentimiento de culpa. Los únicos que comparten este secreto conmigo son mis dos mejores amigos, mi mejor amiga y la prima de ésta, que por extensión se enteró.
Vivo con el miedo a que un día de estos alguno de ellos cometa alguna indiscreción contra mí y se lo cuente a alguien. Vivo temiendo más al chisme y la discriminación que a la propia enfermedad. Pero, saben, incluso para eso ya estoy preparada: ¡Lo negaré hasta morir! Mientras uno no lo admita, salvo que se pruebe lo contrario, todo es posible.
Un año después
Ya estamos en el 2008. Hace un año desde que pasó todo aquello. Terminé mi maestría, he salido con mis amigos hasta aburrirme, tengo los CD4 hasta arriba y la carga viral indetectable. De antirretrovirales no tomo ninguno. Todavía estoy en observación. La primera vez que me hicieron la prueba de la reacción en cadena de la polimerasa (PCR) tenía la carga viral indetectable. Tres meses después, repitieron la prueba y dio el mismo resultado. Mi doctor me recomienda que, mientras siga indetectable el nivel de virus, continúe sin tomar antirretrovirales. Así hasta que sean necesarios.
Hoy me miro al espejo y me pregunto a mí misma: ¿Cómo es posible que, detrás de esta pinta de chica deportista y atractiva, exista un bicho horrible, al que todo el mundo teme? Me propuse ser esa tipo de mujer a la que se mira pero no se toca.
Pensé que nadie se fijaría en mí, que el amor y el sexo estaban negados para mí. Simplemente, sería esta persona que ahora ama y disfruta de la vida como nadie, que ha vencido la mayoría de sus prejuicios, pero nada más.
El amor en tiempos del VIH
Yo que me quejaba a San Antonio por no mandarme un buen amor, que le he llorado por no saber lo que es que te amen, y que en la búsqueda de ese gran amor me infecté con este bicho… Cuando todo parecía indicar que los seropositivos o "sidosos" -como nos llaman en todas partes del mundo- estabamos condenados a la soledad, a morir desnutridos o lo que sea, me di cuenta, con sorpresa, de que sí existe el amor para nosotros, de que es posible que alguien se enamore de un seropositivo.
Antes, nunca sentí el amor verdadero, nunca supe lo que era que alguien valore tu cuerpo, tu ser, que alguien desee cuidarte, que quiera sentirte en cuerpo y alma sin temor a la enfermedad. Me pidieron dos veces en matrimonio, y ambas propuestas las acepte; sin embargo, no me casé por motivos diferentes a mi condición de seropositiva. Con el primero, porque la distancia enfrió la relación, y con el segundo, porque era muy violento y me pegó en dos ocasiones; por más enamorada que una esté, no tiene por qué aguantar la violencia física ni psicológica de nadie.
Les agradezco el haberme aceptado con mi bicho y todo, por haberme hecho sentir mujer cuando jamás creí que volvería a vivir algo parecido. Pero, ni siendo seropositiva, me voy a quedar con un hombre que, por más que dice amarme, no sea capaz de tenerme respeto.
Revelar este secreto no es fácil, pero, por encima de todo, está no hacer a los demás lo que un día nos hicieron. Todos deben tener la oportunidad de decidir si desean protegerse frente a este virus, si desean mantener relaciones sexuales con alguien que ya esté infectado. No podemos quitarle a nadie ese derecho a decidir. Contarlo SÍ, sólo a quien corresponda, y únicamente si es de nuestra entera confianza. De lo contrario, hay que callar, pero siempre con la doble responsabilidad de cuidarnos a nosotros mismos y a la pareja que se pudiera encontrar en riesgo de contagio. Llamémosle a esto el Impuesto de Ser Seropositivo.
Mis proyectos
La vida continúa. Mientras nosotros mismos nos mantengamos sanos y nos aceptemos con esta nueva realidad, estaremos a salvo de los demás, porque, como dije, no nos mata el virus, sino la sociedad; quienes, basados en ideas y pensamientos infundados, discriminan y rechazan a los seropositivos.
Somos humanos, más especiales que el resto de personas incluso. Debemos sentirnos orgullosos de ser quienes somos. Mientras que otros se suicidan por un mal amor o por las deudas, nosotros estamos afrontando algo que es real, difícil, que asusta. Seguimos aquí día a día en la lucha. No dejemos que nadie nos quite nuestras ilusiones y nuestros sueños. Tenemos derechos como los demás; no dejemos que nos envenenen el alma con sus resentimientos y prejuicios.
Perdonarme y perdonar a los demás me libera del pasado. El perdón es la respuesta a casi todos los problemas. Es un regalo que me hago. Me perdono y me dejo en libertad. Me libero y libero a todas las personas de mi vida de los agravios del pasado. Son libres y yo también lo soy para vivir nuevas y magníficas experiencias. El pasado ha pasado y se ha acabado, no tiene ningún poder sobre mí. Puedo comenzar a ser libre en este momento. Los pensamientos de hoy crean mi futuro. Estoy al mando. Recupero mi poder. Estoy a salvo. Soy libre. Me dispongo a dejar marchar las viejas creencias negativas. Son sólo pensamientos que me estorban. Mis nuevos pensamientos son positivos y satisfactorios.
Me despido. Si llegan a publicar esta historia, les agradecería que no indiquen mi correo electrónico por precaución. Ya saben: ¡el mundo es tan pequeño!
Majo
PD: ¿Recuerdan el chico del que les hablé en este relato? Pues sigue vivito, aunque menos mujeriego que antes. Pero sigue viviendo y, hasta donde sé, está fuerte y feliz. Sigue trabajando y rompiendo corazones.