Cuando di positivo al VIH sentí que la tristeza me inundaba el alma. Aún recuerdo cuando caminaba por las calles céntricas llorando desconsoladamente. Pensaba en lo irónico de la vida: se me daba la oportunidad de tener un hijo pero sin la posibilidad de verlo crecer. Yo quería ver sus primeros pasos, sus rabietas, llevarlo el primer día de clase, enseñarle a escribir, escucharle cerrar la puerta cuando se convirtiera en un adolescente y se enfadara; verlo enamorado o enamorada.
Pasé un embarazo horrible, tomando antirretrovirales; con estrés, con aftas en la cavidad bucal todo el tiempo, y siempre pensando en la muerte, que me seguía de cerca. Siempre tensa. De pronto, después de ocho años, me doy cuenta de que ya no estoy nerviosa, pienso que todos vamos a morir y cada cual a su hora, que las personas que me rodearon y me rodean son hermosas.
Nunca sentí discriminación y siempre todos me apoyaron; es más, tras cinco años, me volví a enamorar y ahora soy madre de dos hijos sanos, una nena de ocho años y un nene de uno, con los cuales trato de disfrutar al cien por cien.
En la actualidad, soy profesora de Biología. Nadie sabe nada allí en el trabajo; es para evitarme problemas.
Estudio y disfruto de mis hijos. Nada le puedo reclamar a la vida. Gracias.