Entendí que debía organizar un nuevo proyecto de vida

A. P.

Soy un hombre de 50 años y vivo solo en una pequeña ciudad de la provincia mexicana. Antes estuve viviendo en la hermosa Ciudad de México a donde me fui para estudiar y cumplir los sueños que tenía. A pesar de que ya tenía cierta experiencia sexual porque siempre he sido muy "lujurioso" (y muy afortunado también), no fue hasta que estuve lejos de mi familia y que –por decirlo de alguna manera– "descubrí la posibilidad del amor" que empecé a vivir aceptándolo sin culpas y viviéndolo como se supone debía de ser.

Tuve amores y decepciones, tuve éxitos y fracasos, conocí gente maravillosa y a verdaderos rufianes, tuve épocas de escasez y de abundancia, pasé  hambre y también tuve etapas de gran plenitud, pero al llegar a los 30´s me di cuenta con dolor de que no tendría las cosas con las que había soñado y, pasado un duelo inicial, de alguna manera tuve que volver a empezar. En las diferentes etapas, mi vida sexual siempre fue activa y participativa. Por supuesto me tocó el inicio de la pandemia del sida y conocí gente que murió aunque nunca tan cercana como para que me permitiera impresionarme demasiado, lo veía como algo lejano. Cuando iniciaba la tercera de mis relaciones "serias" y motivado por él acudimos a conasida. Me practiqué la prueba y resulté negativo.

Acudí a un taller de sexo seguro, vi la película "Filadelfia" y todas esas cosas, fui engañado y engañé, y me convencí de que eso de la fidelidad era un tabú. Me sobrepuse a diferentes experiencias dolorosas pero nunca dejé de buscar lo que yo creía el amor. A medida que tuve cierta estabilidad económica me encontré con el oropel de la vida nocturna y me divertí mucho sin dejar nunca de cumplir con mis responsabilidades. Gracias a  cierto carisma conocí a personajes con los que entré al mundo de las drogas "recreativas". Primero fue el cigarro, después el alcohol y la marihuana, después el éxtasis, los poppers, la cocaína y los ácidos. Por supuesto, siempre había sexo, a veces con uno, a veces con dos, a veces con tres.

Tuve otras historias de amor pero ya relacionadas también con las drogas y la vida nocturna, la pasé muy bien, fui a muchos lugares, a fiestas increíbles y conocí gente que me parecía encantadora. Nunca dejé de trabajar porque necesitaba trabajar para pagar las fiestas, pues nunca me gustó que me invitaran ni andaba con alguien para que me las facilitara. Se me hacía que había que tener la mínima dignidad.

Finalmente las cosas dejaron de funcionar porque todo era artificial y al final siempre estaba solo. Mi carácter cambió y, por ejemplo, a veces me costaba trabajo controlar la ira. La tristeza siempre se podía disimular con excesos hasta que en medio de un sofisticado after tuve una epifanía y ya nada volvió a ser igual. Me di cuenta de lo solo que estaba, del espejismo en el que vivía y de lo absurdo de todo. Traté de redirigir el rumbo pero el peso de la soledad y la fuerza de la costumbre eran muy fuertes.

Empecé a encerrarme y recaí, pero ahora las fiestas eran solo, en mi casa y terminaban con sexo anónimo que conectaba o en algún antro o por internet. Cuando cumplí 40 viajé a Italia y estuve allá solo durante tres semanas y cuando regresé ya nada era lo mismo. Aún así seguí trabajando y, pasado un año, pude ir a Puerto Escondido en Oaxaca y estuve a punto de ahogarme accidentalmente en el mar. Para ese entonces la relación con mi jefe, en el trabajo que tenía, estaba cambiando y no tuve la sensibilidad de darme cuenta a tiempo. En una ocasión, mi jefe perdió el control por una cosa sin importancia y me humilló de tal manera que lo único que pude hacer fue renunciar, aunque él se disculpó por el incidente yo ya no quería seguir con la vida que llevaba y aunque pasé algún tiempo dando tumbos, a veces bien y tratando de volver a empezar y otras volviendo a caer, una constante siempre fue la soledad.

Entonces decidí que era tiempo de regresar al hogar, me puse a estudiar para iniciar mi propio negocio, ya que me prometí que nunca nadie me volvería a humillar, y que quería estar "del otro lado". Mi madre me recibió en su casa, aunque yo seguía teniendo la mía en Ciudad de México y el primer día ante una decisión suya tuve un ataque de ira que me llevó a darme cuenta de que necesitaba ayuda. Acudí a un psiquíatra y empezamos una terapia cognitivo-conductual, con antidepresivos y ansiolíticos. Desde antes y paulatinamente yo ya había dejado las drogas y el alcohol, principalmente porque hacía mucho que habían dejado de ser divertidas, a excepción de la marihuana que siempre me ayudaba a sentirme relajado.

La terapia funcionó y entendí que debía organizar un nuevo proyecto de vida, aceptar mis responsabilidades y mejorar mi actitud, busqué un lugar para volver a vivir solo y me regalaron un cachorro, supongo que para que me hiciera responsable de algo más que no fuera yo mismo, yo, yo, yo. Las cosas iban más o menos bien y aunque me costó trabajo adaptarme al perro, lo sacaba a pasear y le daba su comida y tal. 

Estaba preparando mi proyecto de trabajo personal cuando comencé a perder peso porque no tenía apetito. Después me cansaba mucho, pero no hice mucho caso porque siempre me gustó estar delgado, hasta que una mañana me costó mucho trabajo respirar y acudí a mi familia y acepté que me revisaran en un hospital. Yo creí que sería alguna infección y ya, pero resultó que tenía candidiasis y neumonía y entonces di positivo en VIH.

La verdad es que no me sorprendió y me preocupó más la reacción o el malestar que pudiera causar en mi familia, porque el médico al decírmelo me dijo que la decisión de informarles era mía y le manifesté mi preocupación sobre todo por la impresión que podría causarle a mi mamá una noticia así. Él me dijo que por eso no me preocupara y que el podría hacerlo con el debido cuidado, mi familia lo tomó increíblemente bien y todos me apoyaron y me acompañaron y fueron muy cariñosos conmigo. Absolutamente nadie me rechazó y de hecho fue todo lo contrario.

Estuve hospitalizado por casi dos semanas y hubo dos noches en especial en que incluso me despedí de todos y hasta me dieron la confesión y los santos óleos. Esas dos noches en que pensé que me moría sentí la paz que nunca había sentido y, de hecho, me dejé ir, pero sigo aquí, un año y medio después. Me recuperé y busqué ayuda y en el servicio social me dieron un tratamiento con antibióticos, antifúngicos y antirretrovirales, y un trato de primer nivel.

Ahora soy seropositivo indetectable, mis defensas han ido fortaleciéndose y con lo único que estoy batallando –y bastante– es con una profunda depresión, la misma que ya existía desde mucho antes. Fui a ver a otro psiquíatra del servicio público, pero solo me recetó antidepresivos y me recomendó que me acercara a algún poder divino.  Por supuesto no seguí viéndolo porque no me gustó, no porque no tuviera la razón. De entonces a ahora estoy tratando de salir adelante con mucho trabajo, tengo el amor de mi familia y de alguna manera soy dueño de mi vida, pero sigo buscando apoyo profesional porque hay días en que siento que no puedo más.

Esta historia ¿continuará?

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