Hoy, 2 de diciembre, un día maravilloso y soleado en esta ciudad, me siento triste y solo, culpable y sin fuerzas. Siempre he sido una persona fuerte, pues han habido situaciones en mi vida que me han marcado, dejando huellas que no todas las personas pueden superar, y que yo, con mi valor y fe, he sorteado. Son batallas que ya he ganado. Pero hoy siento que todas esas cosas eran sólo la preparación para enfrentar ésta, que sí es la "guerra". Porque esto es difícil y no me di cuenta hasta que llegó a mi propia persona.
Hoy, no quiero seguir, y sé que no es el fin del mundo, sé que mañana estaré bien de nuevo y tratando de superarlo, luchando y aguantando… pero hoy realmente no me siento bien. No sé si es un común denominador entre las personas que estamos viviendo esta primera etapa, la de la aceptación, la de divagar con emociones como hojas que se lleva el viento; y desconozco si será la más dura (creo que faltarán más y todavía más difíciles), pero lo que sí sé es que hoy no me siento bien.
Tengo catarro y me asusta, porque me siento débil y porque todos me dicen que he bajado de peso; pero yo me veo igual, o por lo menos intento verme igual y no dejarme llevar por esos comentarios. Y eso que nadie sabe que tengo VIH. A veces, quisiera que todos lo supieran para que dejen de decir cosas que, sin querer, me hieren. En ocasiones, querría que todos se dieran cuenta de que, cuando cierro la puerta de mi habitación interior, lloro…
Hoy me pregunto: estoy en medio de este huracán y me veo parado como un árbol que se resiste a caer, soportando la más furiosa y temida tormenta. Sigo, ay, pero vacío, como inerte, sin sentimientos. ¿Tal vez sería mejor caer o será mejor quedarme y aguantar?
Lo cierto de todo es que mis raíces deben de ser demasiado profundas, porque aun sin fuerzas sigo aquí, luchando, aunque ya no tenga ganas de seguir.