Testimonio: En manos del destino

José Javier

Desde hacía dos años llevaba la vida típica de un joven veinteañero, tal vez con un poco de excesos, pero dentro de los parámetros de la normalidad. En este periodo me dediqué un poco a hacer de locutor, paralelamente a mis estudios. Además, practicaba natación y jugaba a ajedrez. Mi apariencia física entonces era: 1,72cm de estatura, 70kg de peso, piel blanca, cabello castaño (abundante pero corto), pómulos rellenos y una sonrisa encantadora.

Tenía muchos planes bonitos, inteligentes y productivos. Era muy buen estudiante, en muchos casos fui puesto como ejemplo para mis compañeros. En esa época, sin embargo, empecé a sentirme muy mal de salud, a tener fiebre y dolores de cabezas constantes, incluso perdí peso, presenté ganglios inflamados, amigdalitis… Una cantidad de síntomas inexplicables en ese momento. Fui a mi médico generalista. Me envió de inmediato al laboratorio con el fin de que me hiciera la prueba serológica para enfermedades venéreas (VDRL). El test del VIH no me lo pudieron realizar. Fui de inmediato al especialista en Infectología, quien me proporcionó tratamiento y seguimiento para una enfermedad venérea que probablemente era la sífilis.

Al cabo del tiempo, el examen VDRL dio negativo a esta enfermedad venérea. Gracias a Dios estaba curado, no obstante, algo no iba bien: seguía perdiendo peso y sintiéndome mal. Volví al doctor, que ya era de mi confianza, y me derivó a una bioanalista que era amiga suya para que me realizara un examen de emergencia. El resultado fue: positivo al VIH. Ese 17 de agosto –no me lo podía creer–, empecé a ver el mundo a través de un agujero de espinas. Todos mis planes y mi vida exitosa –la que me merecía por tanto tiempo de sacrificio y perfeccionismo– se redujeron a un papel blanco con un sello horrible que decía: POSITIVO. Lloré y lloré, me encerré en una burbuja espiritual, no quise decirle a nadie lo que me sucedía, primero porque una noticia así a mi mamá la destrozaría, y segundo porque la poca aceptación haría mi vida aún más difícil de lo que es viviendo con VIH.
 
En este momento ya ha pasado un año desde que me dieron tan lamentable noticia. Me arrepiento de aquella noche de excesos, tragos y playa, donde conocí a una dominicana joven, bella y encantadora, con la que me fui a la cama. En la segunda vuelta, decidimos dejar el preservativo a un lado, para sentirnos uno más dentro del otro, sin pensar que ese sería el momento más desgraciado de toda mi vida. En ese instante uno piensa ¿a mí? A mí eso no me va a pasar. Y ese es el peor error: creer lo que no se debe creer y olvidarse de todo por un momento de placer.

En la actualidad, tomo tratamiento antirretroviral: dos cápsulas en el desayuno (tenofovir y lamivudina), dos más en el almuerzo (una de Reyataz y otra de ritonavir) y en la cena una de lamivudina nuevamente. Son cinco cápsulas diarias. Ya no pierdo más peso (estoy en 60kg). Quizá mi apariencia física ha mejorado un poco, aunque el brillo de mis ojos ya no es el mismo y mi personalidad tal vez ahora  me hace un poco más inseguro. Dios me sigue dando fuerzas, mi doctora es mi mejor amiga y mi bioanalista es casi mi psicóloga. Sigo siendo un muy buen estudiante y mi salud podría decirse que es estable, llevo una vida “normal”… hasta que recuerdo quién soy y lo que he hecho conmigo.
 
A pesar de que me siento más vivo que nunca y casi un ingeniero, hoy me ha surgido un nuevo dilema, incertidumbre, trastorno… no sé ni cómo llamarlo: Ya debería estar pidiendo mi carta de postulación para la pasantía. Mi primo, que trabaja para un departamento de la compañía eléctrica estatal, me ha estado llamando para ver cómo llevaba este último semestre. Él me había conseguido un área muy buena para realizar mi residencia o pasantía. Solo pienso qué hare cuando la compañía eléctrica del Estado me someta a una evaluación física de ingreso para la pasantía.

A veces trato de olvidarlo y seguir adelante cumpliendo mis sueños, pero se me hace imposible pasar por encima que tengo VIH. ¿Cómo le digo al empleador de pasantes que soy seropositivo pero que tengo la carga viral indetectable, el nivel de CD4 excelente, buena condición física y que soy el profesional que la empresa necesita para seguir progresando? Ah, pero se me olvidó algo: sigo siendo seropositivo. Qué difícil es para mí, de verdad, llegar a casa todos los días y ver a mi madre, que tanto me ama y que ya quiere ver a su hijo graduado, tan orgullosa como se siente. Es desesperante y frustrante.
 
Le agradecería a quien lea mi historia que la haga suya, la difunda y trate de entender que la vida es muy larga, pero no todos saben vivirla. El VIH está en todos lados, en la cafetería de la universidad, en el ciber del centro, en la plaza del casco viejo, en el microbús, en el salón de clase, en la disco, en la cuadra de la vecindad. No podemos decirnos: esto a mí no me va a pasar. El VIH adquiere distintas caras, diferentes apariencias difíciles de imaginar.
 
Debemos cuidarnos y ayudar a no transmitir la enfermedad, evitar la discriminación y a que no caigan más vidas en la desesperación y frustración. Gracias, de verdad. Se despide quien un día tuvo una vida bonita y hermosa y que hoy está en manos de un destino que se ha vestido de color oscuro. Pero Dios me fortalece y me sigue guiando, porque sé que para él sigo siendo un gran hijo. Aquí les dejo mi historia, ojalá les ayude.

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