Mi historia es la siguiente: En el año 2002 me casé con la que hoy es mi esposa. En el 2003 nació mi hijo Luis Pablo. Un año más tarde, mi esposa empezó a bajar de peso y a tener fiebres nocturnas, por lo que acudimos al médico, quien le dijo que se trataba de una infeccción intestinal. Por este motivo le dio un tratamiento; sin embargo, no funcionó. Al poco tiempo, se le inflamaron los ganglios. Entonces decidieron hacerle la prueba del VIH, la cual dio positiva.
En ese momento, pasaron por mi mente muchas cosas. Sentí que mi vida se había acabado, pero yo no pensaba en mí, sino en mi bebé, que apenas tenía un año. Los médicos decidieron hacerle la prueba del VIH, la cual dio negativa. Fue una pena menos que sobrellevar.
La seguridad social empezó a dar tratamiento a mi esposa, y a mí me recomendaron hacerme la prueba, la cual dio negativa. No me podía explicar por qué, si al principio no nos protegíamos ya que los dos queríamos tener un bebé, en el año 2006 nos informaron de que mi esposa estaba esperando un nuevo bebé. Por este motivo, le ofrecieron tratamiento especial.
Yo me sentía mal porque había sido irresponsabilidad mía, pero no me arrepentía. Decidieron hacerme le prueba nuevamente, aunque en este caso ésta era la más reciente, la que detectaba el virus aunque me hubiera infectado un mes antes. Gracias a Dios, la prueba volvió a salir negativa, lo que para mí era difícil de creer.
El 10 de octubre del 2006 nació mi hija, a la que amo con todo mi corazón; ahora vivo para ellos. Sólo ruego que esta enfermedad no aparezca en ninguno de ellos, porque yo ya viví mi vida, pero ellos no. Pero esto no acaba aquí, porque ahora lo que me preocupa es que, desde hace un año, a mi esposa la seguridad social decidió quitarle el tratamiento y no hemos podido encontrar ninguna institución que nos apoye, ya que el tratamiento en este país es demasiado caro y no podemos comprarlo ni juntando los salarios de ambos, pues trabajamos los dos para sostener el hogar.
No sé si los aburrí con esta historia, pero para mí era importante contarla, ya que los problemas hay que afrontarlos, no evadirlos. Prefiero morir con mi familia, porque de igual manera moriría si no estoy con ellos. Son el motivo de mi vida. Por ellos lucho todos los días sin descanso, para darles lo mejor de mí, ya que si Jesús murió por nosotros, ¿por qué yo no por mis hijos, que son la razón de mi existir?