Decidí olvidar mi condición y empezar a vivir

Anónimo

Hace poco terminé el internado rotativo de mi carrera en Guayaquil. Me diagnosticaron de VIH el 8 de abril de 2019, justamente en una casa abierta por el Día mundial de la Salud. Jamás creí que me iba a pasar esto a mí. Siempre vi con recelo -por no decir hasta con miedo- a las personas seropositivas. Atendí a muchos pacientes con esta condición.

Por casualidades de la vida, un mes antes de mi diagnóstico ingresó al hospital donde trabajaba un chico de 21 años en fase de sida con algunas infecciones oportunistas. Verlo desahuciado, casi cadavérico, me hizo tener lástima y ver el sufrimiento de sus padres me llegó al alma.

Durante los 2 últimos años me dediqué a trabajar y estudiar. Después de una decepción amorosa, me cerré completamente a conocer a nadie y decidí estar solo enfocándome en mí. Pasé mucho tiempo sin conocer a nadie ni estar con nadie (relaciones sexuales). Meses atrás conocí a un hombre mucho mayor que yo y me ilusionó. Se podría decir que era maduro, trabajador, un hombre tranquilo. Estuvimos juntos en 3 ocasiones y en una de esas decidí no usar protección. Jamás me lo perdonaré.

Y ya ven. Me gané la lotería (un premio que me llevaré hasta la tumba). Siempre creí tener un control de mi vida sexual, siempre me realizaba el test del VIH y de la sífilis y siempre daba negativo. Desde aquel 8 de abril mi mundo se puso de cabeza.

La llamada telefónica de la psicóloga para indicarme que mi prueba del VIH fue reactiva y que necesitaban hacerme la de confirmación, esos minutos fueron tan angustiosos… Pedí a Dios que solo fuera un error, un falso positivo. Cuando me entregaron el resultado, entré en trance, y mi mente se nubló esperando que, en el fondo, fuera solo una pesadilla. Me indicaron que había tratamientos. Que la gente ya no se muere de eso (ya sabía eso). Tal vez más pensaba en el estigma, la discriminación y la doble moral que aún reina en mi país. Pensaba solo en mi familia, en mis sueños, en mis expectativas. Solo veía cómo todo se iba por un tubo.

Me transfirieron a un hospital donde, en primera instancia, recibí críticas del médico: Me dijo que eso me pasaba por ser promiscuo, por andar en aplicaciones gais. Esos días, andaba tan bajoneado y sin ánimos de nada, que no tenía intenciones de discutir ni reclamar nada. Salí de ahí. Las semanas posteriores transcurrieron entre el trabajo y el encerrarme en mi cuarto a llorar. Deseaba tanto que me atropellara un carro o que me pasara algo que terminara esa agonía…

Pasé un tiempo sin decirle nada absolutamente a nadie. Solo conversé con mi hermana, que me apoyó totalmente. Un mes después, luego de un sinnúmero de exámenes, tuve mi primera cita médica. Estaba con 3.389 de carga viral y 972 de CD4. Mi infección relativamente fue reciente dijo el médico.

Terminé el internado y, aunque jamás enfermé, me dolía el alma. El virus ocupaba toda mi mente. Así pasé varios días. Se lo conté a mi madre y lloró, lo que me destrozó más el alma. Nunca me consideré mala persona ni mal hijo, pero ya estoy aquí con esto. Actualmente estoy indetectable. Respecto a mi familia, solo lo saben pocas personas por indicación de mi psicóloga. Preferimos evitar visibilizarme porque yo soy de una ciudad pequeña de la sierra de Ecuador donde, si se llegasen a enterar, sería presa fácil de chismes, juicios y comentarios.

Me incluí en grupos de apoyo, pero sentí que eso no era para mí. No necesitaba juntarme con gente igual a mí. Siempre he sido una persona fuerte, mi red de apoyo es mi familia, que lo es todo. Me enseñó VIHctor -como sarcásticamente le digo- a vivir con intensidad cada día, a aferrarme a mi familia, a vivir con amor.

Hay veces en que aún me siento triste, pero trato de estar bien para que mi familia esté tranquila. Aquí seguiré dando lucha y de pie hasta que Dios diga hasta aquí llegaste. Solo les digo que abracen su realidad por más dolorosa que sea. Vivan una vida que recuerden y dejen los mejores recuerdos a los suyos. 

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