Siempre he conocido a Dios y me congregaba en una iglesia a la que todavía voy, pero nunca le escuchaba en verdad, únicamente le decía que él tenía que entenderme y que jamás cambiaría. Recuerdo que esa tarde de enero en que me enteré de mi resultado de laboratorio, lo que más me hacia estar mal era mi conciencia, pues lo único que torturaba mi mente y corazón eran las palabras: “en qué has gastado tu vida, qué has hecho contigo mismo, por qué te has tratado así de mal y por qué te has causado tal daño de por vida”.
En fin, muchas preguntas y ni siquiera podía llorar, sólo pensaba en eso, y en lo buen hijo, hermano, amigo, novio e hijo de Dios que he sido hasta este momento. Todo era negativo, lo único positivo era el examen. Pero hoy, con el corazón turbado, y mis rodillas ante Dios, veo que Él no me mandó esto, que no es más que una consecuencia de mi estilo de vida, pero también la perfecta oportunidad de entregarme a Dios sin excusas.
Ahora, cada día lo vivo de la mano de Él. A pesar de ser gay, sé que Dios es mi luz y que me dará, a su tiempo, las respuestas que busco.
Hoy te digo, a través de este mensaje, que no estás solo. Dios siempre está allí cuando lloras, te sientes triste o cuando percibes que ya no hay salida. Él transformó mi vida y me hace ver el VIH como una simple excusa bajo la cual seré bendecido.
Me alegra compartir esto contigo; para cualquier cosa, me escribes.
Chao.