Me dijo que no pasaba nada, que si tomaba el tratamiento podría vivir bien, que mi vida no tenía por qué cambiar, que no tenía que contárselo a nadie por el momento… Aquel médico me llenó de esperanza, me transmitió seguridad, me animó a realizarme las pruebas que tenían que llevarse a cabo a continuación y me dio su número de teléfono móvil por si quería llamarlo.
Al principio hubo mucha ansiedad, preguntas, ¿qué noche fue?, ¿quién fue?… Estaba separado de mi pareja pero tenía que llamarlo y decirle que se hiciera los análisis. Lo llamé, y cuando se lo dije, se quedó frío, inmóvil. Me dijo que no me preocupara, que quería volver a mi lado y lucharíamos los dos contra este virus.
Habíamos tenido una relación durante cinco años, cinco años de sexo sin protección, de compartir cuchillas de afeitar, de amarnos sin barreras. Dábamos por supuesto que él estaría infectado también, pero la sorpresa vino a los tres días cuando su test salió negativo.
Fue un soplo de vida, una alegría infinita, él me dijo que se quedaría a mi lado para cuidarme, que estaría siempre a mi vera. Empecé a tratarme, era febrero de 2000, mis CD4 estaban en 280 y mi carga viral era 9.800. Hoy estoy indetectable, mis CD4 están en torno a los 700, mi mundo ha cambiado a mejor, mi pareja se ha consolidado hasta el hecho de que el mes que viene nos casaremos.
El virus mejoró mi vida, es duro decirlo, pero es así. Se lo he contado a dos o tres amigos íntimos, a nadie más… Sigo trabajando, sigo tomando mis pastillas, sigo ilusionado con envejecer al lado de mi cosilla bonita.
Desde aquí quiero deciros a tod@s que se puede luchar, que se puede salir adelante, que hay que cambiar, pero el cambio es a mejor, a no fumar, a no ser promiscuo, a no beber, a cuidarse y, sobre todo, a quererse mucho a uno mismo.
El virus hizo que yo me quisiera a mí mismo. Es triste, pero es así. Y ahora mi vida es plena y saludable.
Gracias por compartir conmigo mi pequeña historia.