Nunca había estado enfermo y siempre tuve una vida saludable, de mucho deporte, de mucho cuidado y también una vida sexual responsable, pero llegó ese día en el que el médico de la familia me envía una orden de paraclínicos para poder saber qué era lo que causaba en mi aquel decaimiento físico que llevaba conmigo ya dos semanas y que presentaba como síntomas dolor de cabeza, náuseas, tos y ni nombrar aquella candente fiebre que me postraba. Nunca en mi vida había estado tan enfermo.
Aquellos exámenes marcarían mi vida y harían de aquel día inolvidable, entre los exámenes estaba la prueba de hepatitis, HIV 1 y 2, radiografía del tórax, hemograma y orina.
Cuál fue mi sorpresa que el mismo día en que me tomo los exámenes recibí del laboratorio la llamada que hasta el momento recuerdo con todo detalle. Aquella llamada solo anunciaba lo que muy en el fondo de mi corazón podía albergar con respecto a ella, solo decían que debían repetir un examen que había salido mal pero no me decían cuál era.
Creo que la esperanza que pudiese tener alta en cualquier otro momento de mi vida se esfumó en esa ocasión, llevándose con ella el entusiasmo, dureza y optimismo que me caracteriza. Todo aquel vacío que sentí de solo pensar en todo lo que conlleva y en mi cabeza solo escuchaba el eco de mis sentimientos de ansiedad, desespero, tristeza y esa voz de mi subconsciente que decía que me voy a morir.
El recorrido de mi casa al laboratorio, que en cualquier otro momento tomaba diez minutos, se prolongó lo suficiente como para darme tiempo a pensar en todo aquello que dejaría de hacer, del sufrimiento que causaría a mi familia y de todas aquellas metas propuestas en mi vida, desde que era niño, que ya no lograría.
Llegado al laboratorio me resistía a afrontar la realidad y me negaba a entrar en él, porque vaticinaba cuál sería la noticia. En efecto me hicieron pasar a un cuarto más privado en el que la directora del laboratorio me dijo el estado de mi serología. Para ese momento mis manos, pies y labios hormigueaban y solo podía sentir la palidez de mi rostro, las lágrimas, gritos o cualquier otra forma de expresión me habían abandonado.
Pasé algunos minutos procesando todo lo ocurrido y negando cualquier otra posibilidad para mi estado. Aun así, continué con lo que me decía la directora. Me toman un segundo examen, el resultado me lo darían al siguiente día.
Ya entenderán mis ansias y lo tormentoso de aquel día. El resultado de este segundo examen dio positivo, cual fuese lo tormentoso de hacerte llevar a una tercera prueba en la que es confirmatorio el Western blot, que en mi caso fue indeterminado.
Creo que en ese momento algo dentro de mí creía en la ínfima posibilidad de que todo lo ocurrido solo fuese cosa de una mala experiencia que traería cambios en mi vida, que habría logrado situarme en otro escenario de como la veía y vivía.
Aún faltaba el otro golpe, cuando esperaba la lectura del Western blot y viendo en el ordenador del médico, alcancé a ver que decía “negativo”. Pero solo eran las ganas de mi cerebro de ver esa palabra para poder pasar la página a esta historia.
Tal fue mi sorpresa cuando el especialista me dice que no había necesidad del Western blot, ya que dos positivos en las pruebas Elisa eran suficientes para el dictamen.
Hasta ese momento no me había cuestionado el objetivo de mi vida en el que solo podía escuchar lo que los médicos te decían para darte moral y poderte animar y seguir el curso de tu vida. Nunca había llegado a este nivel de pensar y replantearme mi vida, de preguntarme el para qué sigo aquí, por qué me sucede esto y qué debería hacer.
Pensaba en mi familia, en el dolor que le causaría. Pensar para qué el estudio y el afán de conseguir un trabajo para saciar mi codicia. En ese momento no me importaba que me quitaran todo lo que en algún momento tuvo valor para mí. Ahora solo fuese una forma de cambio si me regresaban mi yo anterior.
Creo que todo fue un proceso que solo el tiempo logra ayudarte a encontrar tu camino, aun hoy me replanteo mi vida, me cuestiono todo lo que soy, cómo veo las otras personas y cómo me dejo afectar por la discriminación. Creo que la religión, los amigos y todo el amor del mundo no te preparan para ver tu vida de la manera en la que la veo ahora.
Creo que uno de los errores más grandes que cometemos al enterarnos de nuestra situación es de lo de las lecturas a través de internet. Realmente no ayuda de mucho.
Antes de iniciar el tratamiento y de saber todos los efectos secundarios a los que me iba a enfrentar decidí darme un viaje para sentir la libertad de la forma más tranquila posible.
Iniciado el tratamiento sentí aquellos efectos que había predicho el médico, pero solo duraron en mí un solo día. Solo es comparable a las alucinaciones causadas por algún fármaco sintético que tomas en alguna disco de electrónica.
El resto de los días solo es costumbre de tomarte las medicinas en la forma en que sugirió el especialista. Hasta ahora todo va bien, he vuelto a mi rutina de deporte, de trabajo y sin pensar demasiado en ello para no dejar que me afecte demasiado.
Decidí vivir el momento, el día tras día y seguir levantándome con todas las fuerzas para pararme en el espejo y ver la persona que a pesar de todos los problemas que me pueda tropezar, cada día de los que sigue me seguiré parando frente al espejo para saber quién soy y a cuántas personas haré sonreír este día.
Creo que en los 25 años que he vivido ya es suficiente para dar gracias por todas aquellas personas que se han cruzado en mi vida así como por los momentos que he compartido.
Con respecto a mi situación familiar, amorosa o de cualquier tipo nadie lo sabe. Creo que es mi responsabilidad no causar daño en el ser de ellos y que solo me vean como el hermano, hijo y amigo que en cualquier situación estará ahí para sonreír a su lado.
Seguiré escribiendo mi experiencia con aquellos que estamos en esta situación. Saludos.