Me fui a pedirle explicaciones al médico y me mandó para casa. Estuve cuatro meses sin salir de mi hogar, hasta que me confirmaron que yo también tenía VIH. No recuerdo nada de aquellos días, solo que no hablaba, no estaba con los niños y no veía a nadie. Únicamente recuerdo que ya no me quedaban lágrimas en los ojos.
Había enterrado a una hermana de sida hacía cinco años y no me podía creer que mi marido hubiera sido tan estúpido de haber mantenido relaciones infieles sin cuidado. Confiaba en él. Nosotros ya habíamos hablado del tema, que todavía era tabú, sabíamos lo que podía pasar y lo que no debíamos hacer nunca.
Jamás le he perdonado. Al menos, la infidelidad sucedió después de dar a luz a mis hijos; así pues, ellos no tienen VIH.
Al principio, pensé en dejar a mi marido, y después, en morirme rápidamente.
Me hablaron de los tratamientos y pasó el tiempo.
He decido quedarme con él, tengo 50 años y me debe, como mínimo, el estar conmigo y cuidarme, ya que estoy sola. No puedo decírselo a nadie de la familia; lo pasaron muy mal con mi hermana. Esta enfermedad la asocian con la muerte. ¿Por qué hacerles sufrir? Creo que yo lo hago por todos.
No tengo ilusión ni espero ningún cambio en mi vida, pero pienso luchar por estar el mayor tiempo posible al lado de mis hijos.