Ahora, me preocupo más por mi discapacidad –ya que ese infarto me dejó secuelas– que por el propio VIH. Aunque llevo el tratamiento a rajatabla, claro.
Estoy muy feliz porque, con mi esfuerzo, cada día lo aprovecho al máximo. Así que, aconsejo (con permiso): toma el tratamiento desde el principio, aunque dudes, te de asco y pienses que no; evitarás muchos disgustos y, a la larga, aprenderás a vivir no normal, sino a tu manera y feliz.
Tengo una hija maravillosa y sana, y todavía pienso tener otro hijo, trabajar, viajar y hacer las cosas que me pide el cuerpo, y la mente.
Suerte y gracias por estar ahí.