El uso sexualizado de drogas, en general, y el chemsex en particular, siguen siendo objeto de estigma y rechazo por una parte significativa de la sociedad.
A lo largo de la historia, cada cultura ha establecido un orden moral-sexual que define lo “normal” y lo “aceptable”, marginando a aquellas sexualidades que no se ajustan a este modelo.
Esta marginación no solo afecta la forma en que las personas viven y expresan su sexualidad, sino que también las lleva a internalizar mensajes de vergüenza, peligrosidad y trauma.
Sin embargo, para muchos hombres que practican chemsex, esta actividad es una experiencia recreativa y ocasional, lejos de los estereotipos negativos que suelen asociarse con ella.
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