Testimonio: Salud y libertad

Víctor

Allá cada cual con lo que quiera hacer si lee esto: eso a mí no puede ya hacerme daño. Soy un hombre de Asturias y tengo 35 años. Hace 6 fui diagnosticado de VIH y durante este periodo he pasado por todo tipo de estados de ánimo y por pequeños o grandes infiernos que poco a poco fui superando. Claro que esto no se acaba aquí y el resto de mi vida seguiré haciendo frente al problema, pero de la misma forma que lo hago para levantarme a trabajar o sintiendo que hoy se mantienen relaciones superficiales que muchas veces sólo me dejan vacíos.

Más que mi propia salud es peor tener que andarse con pies de plomo para que la opinión de otros no dé al traste con tu ánimo (suelo estar más sereno y tranquilo cuando el médico me dice que me ha subido la carga viral que cuando escucho a una persona descalificar a una persona con VIH o al SIDA como lacra social de un@s poc@s) que, admitámoslo, es uno de los factores clave para hacer frente a tus emociones, positivas pero (también muchas veces tratándose de tu vida) negativas y demoledoras, y a tu propia enfermedad.

Nací en un barrio de la periferia de Gijón en aquel tiempo, pues hoy día forma parte ya del núcleo urbano; cuando me dejo caer por allí, cada vez menos, no lo reconozco… No tuve una infancia muy afortunada, pero eso es el pasado y hace años que ya no me quita el sueño, se lo puedo asegurar a todos ustedes. Hace algo más de 14 años que me recuperé del abuso de drogas, pero no fue así como contraje el virus, sino mucho tiempo después mediante una relación sexual de riesgo. Aún recuerdo el mazazo que supuso para mí, no el diagnostico, sino las palabras demoledoras con las que aquel médico de tres al cuarto me comunicó una esperanza de vida más o menos corta. Aunque me aseguró que iría pasando las fases paulatinas del SIDA sin remedio, me dijo que existían grandes medicaciones y adelantos para poder hacerlo con una calidad de vida aceptable. No pongo un acento de más ni quito una coma a sus palabras, sino que lo estoy resumiendo aún.

Y ahí empezó mi calvario: luchar contra toda la hipocresía, falta de información y sensibilidad, así como la prepotencia de pensar: "Eso a mí no me va a ocurrir" y otras tonterías de este jaez que nosotros (espero que alguien esté de acuerdo conmigo) tenemos que ver día a día. Pero la verdadera lucha fue contra mí mismo. De repente, cuando pasó el shock de los primeros días, me sentí un cínico, un farsante de los peores, porque yo que había estado años trabajando como educador social y había aceptado sin prejuicios a personas que estaban literalmente muriéndose, sin que respondieran positivamente a ningún tratamiento, de pronto me di cuenta de que no lo aceptaba en el momento, que me tocaba directamente y que ya de nada servían todas las palabras de amor y apoyo que siempre tenía para todo el mundo. Hasta que me di cuenta de que simplemente no estaba preparado para encajar aquello dentro de mi cuerpo. Estaba terriblemente asustado y pensaba que tendría que planificar mi tiempo porque ya no sería todo el que yo podía, en un principio, esperar vivir.

Pero mucho han cambiado las cosas dentro de mí, tanto que a veces agradezco tener que haber pasado por todo esto, pues me he convertido en una persona mucho más entera y siento que tengo muchas cosas que ofrecer, que soy un ser humano que quiere seguir creciendo y haciendo de la vida un lugar más justo. Por estas razones me decido a escribir mi historia aquí, que tendrá que continuar en otro momento, lo siento (continuará).

Salud y libertad.

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