Cuando me enseñaron la sauna de Barcelona, un lugar al que nunca había ido, yo tenía apenas 20 años y la verdad es que se me abrió un mundo entero por delante.
A partir de ese día, cada fin de semana podíais encontrarme en ese lugar. La clase de tipo de chicos que había ahí eran los que me gustaban a mí, hetero y algún que otro árabe. Era mi paraíso… pero ¿qué pasaba? Pues que cada vez que iba a la sauna me tiraba 2 o 3 días ahí dentro metido (no cierran en las 24 horas ningún día de la semana).
Siempre iban y venían chicos de todos lados del mundo. Acababa con 3 o 4 polvos seguidos. La cuestión es que el verano del año pasado fui por última vez. Borracho y drogado perdido no supe controlarme y no recuerdo mucho de lo que pasó esa noche. Sin embargo, después de ese día como que quise ser más cohibido para esas cosas y dejar de ir a esos sitios.
Pasaron septiembre, octubre, noviembre y a finales de diciembre decidí hacerme una analítica de sangre, pero sin ningún miedo ya que hacía meses que no iba ni hacia nada con nadie.
Me llamaron 1 semana antes de los resultados. El 2 de febrero llegué a la clínica contento, ya que solo iba para que hablara conmigo la doctora. Me senté en la silla y la doctora me preguntó que cuánto hacia que no lo hacía con chicos. Yo le contesté que mucho, ya que hacía casi medio año que no me acostaba con nadie.
La doctora me dijo: “Kevin, tienes el VIH”. Yo me sorprendí y esperé que fuera de broma, pero al ver que no sonreía, comencé a marearme y a preguntarle que cómo podía ser posible. Ella intentó calmarme como buenamente supo, ya que según me afirmó era el primer paciente al que tenía que darle esa mala noticia.
Salí del ambulatorio cual zombi en ‘The walking dead’, esquivando a la gente, llorando a mares y parandome en todas las esquinas para llorar más a gusto. Llegué a mi casa y lo primero que se me ocurrió hacer aparte de llorar, fue buscar en Google (no sé por qué): “Ahora que tengo sida, ¿qué hacer?” Encontré un número de ayuda psicológica de Barcelona y llamé, pero no consiguieron animarme.
Salí a la terraza de casa, y solo había un pensamiento en mi cabeza: ¡Salta! Total… ya para qué, Kevin. Has tocado fondo”. Pero algo me hizo parar, eran las ganas de seguir viviendo, esas ganas de llorar solo.
Llamé a mi amiga y le pregunté por favor si podía llevarme a la playa, ya que lo necesitaba. Cuando me vio la cara me preguntó: “Kevin, ¿qué te pasa? Te noto raro”. Allí fue donde me derrumbé otra vez y tuve que decírselo… El apoyo que me dio lo agradeceré siempre, consiguió quitarme ese nudo del estómago.
Después de ese día, llegó mi cumpleaños y pocas ganas tenía yo de celebrarlo. Pero vinieron los 4 amigos que confié en contárselo para celebrar mi cumpleaños y la verdad es que ese día hubo una mezcla de ganas de morirme y ganas de reír.
No sabía qué hacer. Pasaron los días y fue empeorando mi situación. Caí en depresión a causa del VIH, Perdí mi trabajo, la casa, mi gato y mi antigua vida se había acabado del todo, no me quedaba nada. Ni siquiera eso a lo que llaman salud.
Mi madre llegó de otro país y se fue a vivir con mi abuela, ya que había una habitación libre, pero claro, ¿cómo iba a dejar mi madre que me quedara sin un sitio para dormir? Su apoyo es el que tengo ahora pero lo que no tengo es mi antigua vida, ni siquiera un pensamiento de antes, todo ha girado por completo.
Mi tratamiento comenzó el día 2 de junio y hoy, 25 de agosto de 2018, por fin soy indetectable. Claro que aún intento levantar cabeza buscando motivaciones y trabajo nuevo, pero dios… 2018 ha acabado conmigo.
El día 2 de enero celebraré mi primer cumpleaños de renacido. Ya que aunque suene un poco mal, doy gracias a la vida por haberme parado los pies y darme esa oportunidad que estaba buscando para empezar de cero.